Cuando cae la tarde la plaza Djemaa el Fna cambia de
siglo.
De repente sientes la necesidad de subir a la terraza
de un café para que ese mundo no te atrape.
Los vehículos estorban como si quisieran
irrumpir en otra época, en otra galaxia, en un
sinuoso pasado.
Las víboras se mecen adormecidas sobre un asfalto
repleto de venenos, junto a micos que atrapan a los transeúntes
como si imploraran una fotografía a cambio de unas
monedas.
Más allá, un viejo con los ojos ciegos de
cannabis vende hierbas [mágicas.
Unos ojos negros, profundos como un vaso de almíbar,
quisieron tatuar mis manos o mis pies de henna,
esa pintura femenina que tanto fascina en África.
Luego, entré en las serpenteantes calles del zoco
y adquirí una gran bolsa de Baraka. Allí
las alfombras volaban,
los alacranes se retorcían inquietos y atrapados
en tarros
de cristal junto a los azafranes, mirras, cuarzos y líquidos
vendidos como elixires exquisitos para atrapar las voluntades
en lámparas de bronce y perfumadores de nácar.
Esa mágica plaza de Marrakech es realmente la asamblea
[del
fin del mundo,
como si los hombres, las mujeres, los niños y los
animales
[se
reunieran
por última vez, intercambiaran cosas y prometieran
[devolvérselas
en la otra vida.