Ojos que desean, cuerpos que se agitan
y me hacen sucumbir perdido en amores sin fruto.
Mujeres que sueñan, que sienten y se entregan
mientras ceno solitario. Rabat se estrecha, se amplía,
es un acordeón de olores,
de colores, de mitos, de jóvenes que cruzan
el Estrecho en busca de aventura insatisfecha.
Perdí en un instante el fugaz amor de una querida
de San Juan,
que huyó con un vulgar vendedor de coches usados,
y recuperé la belleza de mi amante de siempre.
Respiré, amé, gocé y desde ese mismo
instante siento en las venas
la sangre marroquí. Ahora estoy más cerca
de las fuerzas
telúricas. Ingeriré Barakatz y Tomex para
sobrevivir a mis amantes jóvenes
porque no puedo soportar el hacerme viejo dentro de treinta
años.
Iré de nuevo a Sintra, bajaré definitivamente
a los abismos
de
Badagas
y tomaré prestado para siempre la llave de lo eterno
y lo sublime,
el elixir de la juventud y belleza,
el aliento de la inmortalidad. Porque no me resigno
a dejar de amar definitivamente a pesar de haber perdido
los pilares que sostenían mi corazón en
vilo.