Queridas
hijasdemivientre
y de mis pechos
cuajados de besos;
de mi saliva
plagada de versos,
y de mi ardor…
Queridas hijas
mías,
ambas dos.
Hoy
os quiero leer mí
testamento.
Os dejo
en este poema
el pan
de las estrellas,
las hormigas que se
conmueven
cuando barro el patio,
y las carcajadas sordas
del limonero.
Incluyo también
los pimientos
sembrados de odas,
las lágrimas
desbordadas al veros
dormir,
y el vuelo limpio
de los ojos
de vuestra abuela.
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No me olvido
del poema
de ángel González
que me saqueó
la pasión;
del olor a plancha
en la casa materna
de la sierra ,
y de la declaración
de amor de
vuestro padre.
Os dejo
(por supuesto)
mi viejo bolso.
Está cosido con
mis pestañas
y dentro atesoro
la noche de amor
que viví en el desierto.
(Cuidado al abrirlo
hijas mías,
que aún guarda
una duna ardiendo.)
Queridas frutas
aún metidas en mis
entrañas,
aún por terminar
de parir vuestra propia
vida.
Os dejo
(para terminar)
lo más
valioso para mí:
mi ignorancia
de la maldad
y mi utopía
de vivir.
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