Ojalá pierdas
el vuelo,
me dijiste amasando
tu dulce voz
en mi pelo.
Es fácil,
pensé yo…
Puedes morder
el avión
y masticar las alas
con tu lengua
hasta devorarlo;
puedes, también,
aplastar
el aeropuerto
con tus besos
(esos que me comen
la mañana y la razón)
o,
abrazarte desnudo
a mi torre
descontrolada
de control.
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Y mientras pensaba
todo esto,
te miré…
(deseando
que perdieras
la cabeza
y el corazón).
Me dejaste en el aeropuerto.
Terminal B.
Quizás tus dientes no
hubieran aguantado
la chapa recién pintada
de mi vida,
o tu lengua se
habría oxidado
con las alas sin plumas
del avión.
Quizá deberías — al menos —
haberlo intentado de otra
forma. ¿Qué tal pedirme,
mi amor,
que me quedara? |