Ella se aferra a
su pelo,
inunda con besos
su cuello y
—con riesgo
de morir
de amor—
se separa de su boca.
Él fabrica
algodones de azúcar
con sus pecas,
teje sílabas de
futuro con su lengua y
—con riesgo
de morir
de amor—
se cose
con violencia
el corazón.
Son las doce
de la mañana
en un camping
del norte de España y,
turbada por la
escena,
|
me siento a contemplar
como una joven
pareja
se despide. Llega la hora…
oigo que dice él
mientras se seca las
lágrimas
con el borde
de su camiseta azul —tan gastada,
y tan besada—.
Se alejan abrazados
y me quedo a
solas
con la luz.
Adoro a los hombres
de camisetas
tan usadas
y me muero
(sin remedio)
por los que
lloran de amor. |