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Desde que te conozco,
no me como
las uñas,
y utilizo siempre
el brillo de labios
que me trajiste
de Pekín.
Desde que te conozco,
huelen mis pecas
al perfume caro
que elegiste para mí;
(aunque nunca
consiga recordar
el nombre).
Desde que te beso,
crío leones
en mis pechos
que no dejan de rugir.
Los domino tiernamente,
con las medias negras
—de liga—
que te rajan el corazón.
(Un día moriré
de infarto,
me dices riendo;
ojalá
sea
sobre
ti…).
Desde que te conozco
tus manos amueblan
el planeta
de mis piernas.
Y se me enredan,
las lunas de tu boca
al andar;
y la risa
de tus dedos,
al pensar.
Y a veces,
muchas veces,
más de cuatro veces,
desde que te conozco,
cocino entre mis libros
para ti;
Aunque,
por ahora,
(me
olvido
a
ratos)
no puedas
comerme aquí.
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