EL VIGILANTE
DEL CAMPOSANTO |
Era aún joven cuando empezó a trabajar como
vigilante nocturno en el cementerio. Cuando comenzó
todo el mundo le quería convencer de que lo dejara,
pero él siempre plenamente convencido de que lo que
hacía era lo correcto, no hizo caso de aquellas voces
taimadas, que no sabía muy bien si buscaban su bienestar
disecado o su desgracia equilibrada.
Es cierto que su relación con los demás se
fue minando; y es que las horas en las que él dormía,
eran en las que todos los demás estaban activos;
y en las oscuras, en que todos descansaban en ensoñaciones
y duermevelas, el vigilante de la noche se levantaba para
llegar presto al camposanto. Nadie allí le daría
los buenosdías, ni le preguntaría por lo que
hizo el día anterior…
Con todo, él estaba orgulloso de cómo se tomaba
su profesión, aunque le estuviera alienando del mundo,
y sacrificara sin darse cuenta todo aquello que alguna vez
significó algo en su febril existencia.
Había oído muchas historias de muertos que
resucitaban, damas plañideras sin rostro que caminaban
por los andurriales entre las tumbas, sepulcros abiertos
de los que salían agonizantes gritos, susurros en
la niebla que ponían en duda la soledad de aquellos
siniestros parajes; aunque jamás vio nada en el cementerio
que pudiera hacerle flaquear las piernas… hasta que
su vuelo sesgó el aire, y se posó en un árbol.
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Y noche tras noche, apostado entre la maleza, espía
al único amigo que tendrá en sus largas y
negras jornadas, al búho que ulula ignorando que
a alguien le hace feliz, a la avecilla nocturna que rompe
la espesura de la oscuridad turgente.
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