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… Y llegó ella, vestida de alegres
primaveras, portando entre las hebras
de sus brazos el dulce amanecer
de los días perecederos.
Confluían en el viento las miradas
indiscretas del arte del que seduce.
Nosotros éramos entonces los artistas.
Cumbre de sus montañas y por mi
parte cima. Sol de sus mañanas y
de las mías. De tal magnitud y
belleza eran las palabras
esos días.
... Y se marchó con el raudo y elegante
trotar de unas huellas que, por preciadas,
tienen albores limitados. Salvó
las horas y el espacio, apartó
el momento; desplazó, diría,
incluso el velo transparente
del recuerdo, vapor del tiempo.
El deseo quedó un instante suspendido
de su anciana lágrima estigmatizada.
Volaron las plantas, corrieron las aves,
las nubes desde el cemento aguardaban
la falda de las aguas. Durante unos segundos
el mundo enloqueció; y de esa locura
bebes tú; y de esa lógica quebrada
vivo yo.
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