mientras de improviso se ilumina la cama
con los primeros rayos del amanecer;
y aún conservan las tibias sábanas
el tacto y el perfil de tu cuerpo;
que es uno, que es siempre tu cuerpo uno.
Y te levantas como una brisa,
como un aire tierno que me acaricia la cara;
y siento dos besos húmedos posarse en mi mejilla,
con el cuidado con que una cigüeña prepara su
nido.
Y el suave roce de tu boca me devuelve tu cuerpo
y, aunque mueves los labios, no escucho palabras,
que son demasiadas, que son siempre las palabras demasiadas.
Y así imagino cada día tu amanecer en mis brazos,
tu cuerpo que es solo uno; siempre tu cuerpo uno.
Sin palabras.
[De “Acróstico”]