Lloran
como lo hace el recién nacido al corte tajante
del cordón umbilical, enclave vital que le une
a las entrañas de su madre, a la seguridad única
y al calor reconfortante del hogar. Como hijos, la sangre
que recorre las venas no se elige, la patria que te
ve crecer, tampoco; es tu sello, tu identidad, tu acento.
Secan sus lágrimas en el escudo de la bandera
que les representa y que a su pesar no les arropa.
No hay remedio ni consuelo. Tampoco hay adiós.
Nunca lo hay, porque uno no se despide de sí
mismo, supongo, uno no se extirpa sus raíces
del todo, pues aunque pueda el corazón asentarse
y brotar en otra hacienda, la semilla sólo da
buen fruto en el suelo donde germinó. Naces amapola
en el trigal, jaramago entre olivos, azahar de un naranjo,
geranio en una reja: naces donde te siembran y allí
floreces.
La nación de uno no es algo que se pueda llevar
de viaje y portar de un lado a otro, como el canastillo
de mimbre en brazos de una gitana cruzando el puente,
así como no deberían repartirse las usanzas
y tradiciones, las oportunidades, cual claveles granas
por un puñado de monedas.
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Qué dichoso el destino
nuestro, el de los humanos sedentarios, moviéndonos
forzados por una realidad torcida y un futuro opaco.
Con la libertad soñamos y nos cortan las alas,
que no se es más libre por no tener límites
geográficos, sino por poder decidir dónde,
cuándo y por qué estar.
Reflexiono y me estremezco. Ahora estoy aquí,
mañana quién sabe…
Y me quedo pensando ante el andén, contemplando
los dos raíles paralelos, infinitos: pasajeros
al tren. Y un avión parte en dos el cielo, rompiendo
la barrera del sonido, dejando una estela de humo blanco
en un cielo azul que debería tornarse verde esperanza:
aves migratorias. Y un barco zarpa en el muelle, removiendo
un mar en calma que acorta la distancia interminable
entre territorios, continentes que se hunden y ahogan
en la incomprensión del ir y venir: olas peregrinas.
Así volvían y así vuelven. Con
los brazos abiertos a su gente y la alegría de
respirar el aire que lleva su esencia, el regocijo de
pisar las tablas del pasado. Rememorar y volver a vivir.
Partir, siempre hay que partir…
La tierra no cabe en una maleta, porque, sencillamente,
nosotros somos el bagaje.
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