La vida va pasando,
los recuerdos pierden el pulso,
y esa sencilla figura
–que tanto dibujé–
ha perdido su norte,
se ha hecho cotidiana.
Rígida, avisa peligro,
dice que no tengo preferencia,
decora el suelo de salones,
embellece a mis amigas
y pinta de colores las catedrales.
Es Dios...
y
juguete de niño.
Me han dicho que organiza las bolas de billar,
que se deja oír en algunos conciertos,
y en una sala que lleva su nombre
se habla de poesía.
Lo más sorprendente es saber que hay un triángulo
instalado en la intimidad de mi vecina.