Habla de
aceras y líquenes enquistados
en las baldosas como huellas de indómitas libélulas,
encabritados centauros, formas de insecto con voz
metálica.
Blanca desazón de aleteo en el ojo.
Una esquina a la vuelta de otra esquina.
Y detrás el laberinto del habla.
Ese irse por la luz de la mirada.
No más que un temor, un presentimiento:
vacío de pensar llena la habitación.
Siempre un detrás un afuera un ojo
que acecha en la sombra, una palabra radiante
como la rosa que marchita el crepúsculo.
Y después el desasosiego.
La luz que ya no está
(está dentro de ti pero no está).
El adentro
no tiene estalactitas.
Se acabó la iridiscencia:
Bienvenido al incendio blanco
No hay ojos que llenen la ausencia,
sino presencias que vacían el ojo.
De Symphonia,
Ediciones Idea, 2011
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