Nada importa ya,
la amargura ha sido desatada,
por un muerto que anda,
solitario y desdichado vaga.
Ponzoñosa y bífida la lengua,
reprocha y maldice a la vida,
con tranquilo andar desganado,
buscando quien le tienda la mano.
Uñas afiladas se extienden
¡Las garras del abismo!
Que poco a poco le consumen.
y la gris piel le desgarran.
Esperando el día,
en qué de mágicas ataduras,
crueles y sádicas torturas,
sin más eternas pugnas,
del amor a ella el alma se libere.
Cadenas de recuerdos,
cenizas de la dicha,
ansia de caricias,
orgullo masacrado,
de un tonto que no la olvida.
Cantando a la soledad,
soportando terrible ansiedad,
de saberla lejos,
perdida en sus adentros.
Arrancarla de su vida,
gobernada de nostalgia
y con reglas quebrantadas,
perderse en la espesura,
de una gris y asquerosa bruma.
Donde descansan los fantasmas,
de navidades muy pasadas,
más bien de los otoños,
en que la paz llegaba,
con sólo recibir una mirada.
Soledad amarga como ajenjo,
venenosa cual cicuta,
condena eterna de hechiceros,
filósofos y ladrones de corazones.
Soledad que atiza el fuego,
de la necesidad de un cuerpo,
de un corazón robado,
aunque sea roto.
Para sanarlo, acariciarlo,
y con el tiempo de reposo,
vivir así la condena,
de ésta maldita soledad que lo acecha.
Hoy su alma se desangra,
del llanto y el dolor quiere escapar,
entre ilusiones y sueños rotos,
mendiga tan sólo un poco de paz.
Odiando la guerra, las batallas de la vida,
vida marchita que no es natural,
cuando el muerto triste se calcina,
esperando la lluvia que se avecina.
Odiando el mal de amores,
que el espíritu carcome,
dolor y angustia carente de rima,
siendo la tristeza perfecto manto,
para la inmaculada virgen de la melancolía.