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CUENTOS Y RELATOS

 

GALEOTE

“And yet, to say the truth, reason and love keep little company together nowadays
W. Shakespeare.
De nada vale hacer el recuento de las inauditas torpezas, de las discusiones inútiles y los propósitos deshechos en el tiempo de mi tiempo. Detallarlas en barbárica enmienda no resarce a los dolores, más bien los agudiza.

Lo fosforescente cae inopinadamente, en concierto de aquello respetable que aún queda adentro, alimentándolo, cuidando a la esfera de Luz para que no se corrompa en el légamo de la desdicha.

Hablé con la verdad, y de tanto gritarle para que me escuchase quedé famélico y afónico en brazos de la duda voraz.
Nunca me atreví a ser contumaz ni rebelde, ausculté hondo adentro para saber la certeza, y el único tesoro que conservo fueron las monedas que le arranqué al miedo en mis batallas. Me costaron sangre en la ignorancia salvaje de quien abre una puerta a las voces del designio y se adentra inocente en una bocanada de revelación.
Mi mundo azul cambió de pronto, las condenas del tiempo se arraigaron, y el orín de los mendrugos de la distancia me trasladó a una levedad insospechada, donde el sol no se vislumbra, y los girasoles se deshacen de su brillo. Todo ardió en esa pátinas sepia. Las certezas se quemaron en volutas que aún no logro comprender del todo.


Hoy, está extinta la savia de aquel idioma blanco que muchas veces compartí, los presuntos límites de la inteligencia, la ardorosa e inefable fragancia de las puertas abiertas, sólo queda un rastro que la luz me trae… un pesado silencio que se yergue incólume donde habitaban logos y eros como ouròbolos de ínclita belleza.
Aquí, en oscuros meandros persisto. Develo la ansiedad salobre del poder de conocer, las espinas escritas al rojo vivo, el canto quebrado de la palabra dicha. La inconsistencia, compartida, entre el dicho y el acto.
De tanto estrellarme ante la inocultable y testaruda arrogancia fui testigo de mi propia debilidad, a pesar de aquella magna y opulenta magnificencia de mi propia ignorancia, de mi propia voluntad, de mi propia y peregrina razón.
Habité las infértiles ecuaciones que otorga el debate.
Sangré en el cadalso de la retórica.

Crecí durante años en nubes que pasmosas volaban en un cielo irreal. Fui el rey infranqueable e inhóspito de una tierra fabulosa mientras mis palabras se tiñeron de aversiones que no me pertenecían. Fui derrocado en ese reino por la mentira y el ostrakòn me arrebató la dulce copa de cielo. Nombre marcado, cincelado en la concha con el nácar suave, como un golpe de Ángel en los labios.
Galeote preso en cadenas de congoja, luciendo impresentable ante el juicio furibundo y prognàtico que se adelanta con la parsimonia propia de una elaborada secuela de inferencia. La galerna de locura y arrebato latente, eran la historia de mis días. Mis pasiones me han despeñado. Así he perdido mi serenidad. Este fue mi periplo.
Yo ignoraba todo sobre mí, no pude precisar el camino verdadero. No tenía sextante en ésta pérdida para orientarme. Latitud de ira. Longitud de juicio navegando sin timón al solsticio de invierno solitario. La guía del amor se extravió junto a mí en éste océano ancho y profundo.
La ira, alimentaba con sempiterna exactitud a cada movimiento, haciendo de astrolabio en mis pretensiones efímeras de reconocerme.
Sólo le pedí a la verdad que me escuchase y ella se ahogó en este mar de incertidumbre escapando del hogar que todos llevamos a cuestas.
Pero aún resplandecía un faro distante.
Aún recordaba cómo reír.
Lejano recuerdo.


Yo luchaba, con la terquedad que inspira risa en las hadas y los hombres. Remaba con esa persistencia del suicida al que el amor conduce a la destrucción, con la voluntad del propósito.

Y desmayé.
Y enfurecí.
Y me hastié.

galeote, relato de Gabriel Arciniegas Oviedo


Hice del hastío el bastión de mi fortaleza flotante, la respuesta que se esgrime ante la duda. El escudo último del último habitante de mi tribu en mi navío. El alfanje más filoso también armó mi mano…la duda.
Cesé en mi constancia de hacer de auriga en la carreta de los designios, cesé de buscar vencer la sombra a fuerza de relámpagos, agoté la paciente servidumbre de mis besos. Cesé de buscar a tientas el torbellino que nace del resplandor como un grito telúrico. Brusco y ceñudo borre de golpe las letras de Luz derribando de un solo tajo al tálamo donde dormían las amapolas.
La agonía ciega me aconsejaba. Ondulantes capas de remordimiento y perdones se agitaban inmisericordes dejando una esquela de brutal espuma blanca en mi conciencia.
Pendones tristes ante el viento injusto que arreciaba en la tormenta.
No hay peor juez.
Hay ausencia en la fruición exasperante. Hay sombra en el opio que traía la marea geométrica del dorado avasallante. Hay preguntas inconclusas en las manos que se esconden por miedo al dolor y no se buscan.
Amo la frágil estela que aún habita en mi memoria, el destello que un espejo me regala y que como a un trino de ave recibo y me consuela. Amo al sabor de la verdad…aun cuando la verdad siempre duele, es saeta certera que vale más recibir con valentía porque duele menos.
Quizás el sosiego se presente al describirme adentro, y la nube corolaria en la demencia se grabe en ésta impronta. Es el transfigurado paso del galeote condenado al oferente que se redime en la socrática búsqueda…conocerse.

Relato de © Gabriel Arciniegas Oviedo,para la revista mis Repoelas:

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Página publicada por: José Antonio Hervás Contreras