El
fuego de la tarde empieza a quemar
los espacios insondables de la nada.
Aquella que duerme en el pecho mío
como un suspiro demente
jugando a ser rey
en un desierto llamado soledad.
Soledad que dibuja en el horizonte
oasis con lagunas llenas de lágrimas
brotadas desde las entrañas
subliminales del espacio
temporal de lo nuestro.
Hemos guardado secretos
que vuelan en la luz del silencio,
como un viejo símil que busca
tu nombre donde olvidarte
no es una alternativa
ni mucho menos dejarte bajo
el sol inclemente del desprecio,
porque entonces pierdo el aliento
de la mañana y todo aquello
que alimenta mi alma desesperada.