He
llegado hasta el límite donde muere la misma muerte,
Donde cruje el inesperado remolino de una fuente,
Que solo guarda en su lecho aquello que huele a desconcierto,
Y he callado ante la pobreza de unas almas clandestinas,
Almas presas sin sentido, almas atormentadas en su ego,
su avaricia y falta de dominio.
He
llegado a descubrir lo que duele la persecución,
A que sabe la amargura y a que huele la putrefacción,
Y he llorado de manera incontenible frente al lecho del
roto corazón,
Corazón en tinta negra que derrama peticiones de
perdón,
Por haber nacido en una franja que me mantiene en la humillación.
He
encontrado en la ribera de este enfermo destino sin razón,
Una carta amarillenta con poemas que hablan de una flor,
una especie muy extraña que solo emerge cuando se
esconde el sol,
Quería leérselo a Adham y a Gaiz, pero ellos,
murieron hoy,
y al cerrar sus ojos con mis labios en su frente y la sangre
fluyendo de mi corazón,
He decidido coger el camino que me guía a esa flor.
Dime
que sientes Israel cuando apagas la voz de un niño
que cantaba una canción,
Y tu Palestina mi amada tierra del sol,
Que sepulcros son los que cargas y preparas tras la huella
del dolor,
No comprenden que al final es una sola la tierra y uno solo
el dolor?
Que se siente derramar la sangre de tus hijos sin compasión?
Acaso no han llegado ustedes conmigo al umbral del silencio
donde es la misma muerte, la que llora a sus muertos y se
estremece en desolación?
Dime
Israel que se siente dejar muertos vivientes sin consolación,
Y tu Palestina, mi tierra ardiente bajo el sol...
Cómo es posible que gimas entre los gritos sordos
del misil que de tus entrañas salió?
He callado ante la pobreza de unas almas clandestinas,
Almas presas sin sentido, almas atormentadas en su ego,
su avaricia y falta de dominio.
Y aunque entre lágrimas sedientas me destrozo el
corazón,
Seguiré buscando en la noche el nacimiento de esa
flor,
y si es posible y sin reproches la pondré en la frontera
y cantaré al alba,
esa callada canción...