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Buenos
días, princesa.
Al fin he vencido mis temores, mis miedos aberrantes que me
han paralizado a lo largo de toda mi vida, miedos que yo no
adquirí por propia iniciativa sino que fueron instalados
en mi ser incauto e inocente por una mano excesivamente protectora.
Ya no tengo miedo pase lo que pase aunque si he de apostar
por la sinceridad, debo confesar que sí temo a la incertidumbre
del mañana, sobre todo en el amor. Ahora me encuentro
enfrentada a mi propia soledad en un café tras cuyo
ventanal sólo puedo observar una noche ciega y poco
esperanzadora. Sin embargo, existe alguien que sería
capaz de iluminarla con tan sólo su presencia, con
tan sólo su voz, con tan sólo unas palabras
que brillarían como fulgurantes estrellas de pasión
dentro de mi apagado corazón y lo harían bailar
con su música tan corta como sensual: ¡Buenos
días, princesa!
Con sólo escucharlas, el miedo a la incertidumbre desaparecería.
Aquí estoy, en el café de una avenida solitaria
en una madrugada impregnada de dulce nostalgia, tras de mí,
un oscuro ventanal sobre el que se reflejan luces de neón
me anuncian como prometedor presagio que las voy a escuchar
de inmediato. Siento que de un momento a otro voy a soltar
la taza de café que sostengo entre mis manos y que
me arde la piel de mis dedos y en su lugar, abrazaré
al hombre de mi vida y, entonces me arderán de todo
corazón, los brazos, las mejillas y todo mi cuerpo.
Pero no me apartaré porque su ardor me devolverá
a la vida, atrás quedarán los días huecos,
vacíos como baúles que no guardan recuerdo alguno,
atrás quedarán las amargas lágrimas que
enlutaban mi corazón por un amor perdido, cortado por
la mitad con el puñal de la envidia, por celos de una
mujer que me dio la vida y al tiempo que me la daba me la
quitaba.
Reniego de sentimientos de culpabilidad. ¿Acaso tengo
yo la culpa de su vida miserable y desdichada? No. ¿Acaso
debo sentirme culpable por haber encontrado el amor de mi
vida? No. ¿Acaso soy malvada por luchar por encontrar
mi amor arrebatado y volar hacia él? No. ¿Acaso
debo permanecer toda la vida con la que me dio la vida y si
reniego de ello, soy mala hija? No.
No renunciaré a mi amor, es un sacrificio que carece
de recompensa moral, y en cambio, deja una amargura para toda
la vida. Yo, ya la he vivido muchos años, no deseo
ser un alma errante en vida, un bonito cadáver de mini
falda y tacones afilados contoneando lágrimas depositadas
en las caderas, entre los senos y en el fondo de los ojos
que se han quedado secos de tanto derramar tristezas.
Pero ¿Vendrá? Presiento que sí, lo siento
muy cerca y la emoción del reencuentro me embarga,
siento que su cálido aliento corre por mis venas, que
el rojo pasión teñirá el empañado
espejo de mi vida, hoy y mañana.
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