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Crecí
sin raíces.
No, miento crecí con raíces pero eran muy débiles,
retorcidas y enfermas. Ya me he hecho mayor, he crecido esbelto,
de tronco delgado pero soy más fuerte de lo que parezco.
Aunque eso a mí no me vale, la primera impresión
que tienen de mí cuando me ven mis compañeros
los sauces llorones y los fuertes robles es la de un árbol
pusilánime, a falta de espíritu, apagado y flojo.
¡Pero no es verdad, no es verdad! Lo cierto es que soy
todo lo contrario pero mi verdadera personalidad está
tan oculta que yo mismo me olvido de ella, y me creo que soy
bobo, ingenuo e infeliz.
Y todo ello se lo debo a mis débiles raíces
que no han dejado en mí la huella de mi personalidad.
Es tan difusa que nadie la ve para mi perdición.
¿Y quién vuelve ahora atrás?
¿Quién recupera la fuerza de mis raíces
diluidas en las sombras de la discordia y la ceguera de la
noche?
¿Cómo encontrar mis trozos quebrados entre la
tierra partida en que yo broté?
Ya es demasiado tarde.
Ya no es tiempo de quejas y lamentos.
No pienso rasgar las vestiduras de mis ramas.
Aquí estoy yo, un árbol delicado por fuera pero
duro por dentro. Y todo se lo debo a mis débiles raíces
que me han regalado el don del carisma, porque ser débil
y fuerte a la vez resulta carismático, intrigante,
atractivo.
¿Entonces de qué me quejo? De nada…
No tengo raíces a las que llorar pues pronto me abandonaron.
He crecido sólo pero aquí sigo, mirando al mundo
desde mi fortaleza escondida, desde mi debilidad palpitante.
Me acepto como soy. Un árbol del mundo y en el mundo
a pesar de sus escasas raíces.
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