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Marylin:
¿a quién le importa el sabor de los barbitúricos
y los cojines mojados de polvo sobre la cama de esa habitación?
El carmín vacío en tu boca de pez asesina de
pigmentos. Que nadie te saque de las antologías del
delirio. Que San Juan de la Cruz haga huelga de verso para
no vaticinar el Cántico, remanso de tus ojos
¿A quién le importa que se derritan los tres
cubitos de hielo en el vaso de wisky de tu guitarra, siempre
en diagonal, perfectamente almidonados para astillar los colmillos
al atardecer?
¿A quién las persianas laminadas donde lanzar
los guantes al comienzo de un streptease frente a
un óleo de Klimt?
¿A quién, Norma Jeane, no enviarían hoy
al psicoanalista ante la funesta noticia de un enamoramiento
precoz?
Estamos hechos todos unos hijos de puta y nosotras, las actrices,
somos así…
¡Siempre tan excesivas como los puntos suspensivos de
un verso final!
Linda:
¿Qué fue de aquellos asuntos turbios que te
traías entre manos por el espejo retrovisor con Frank
Sinatra?
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