Una caja de hipnóticos 10 mg es el silbido que duerme
sobre tu libro de poemas.
A veces los versos se echan sobre los brazos de la fábrica
de cometas sin alas
e impiden conciliar el brillo de los amaneceres y la oscuridad
de las nocturnidades.
Sólo treinta comprimidos que caducan a final de año,
así que apuraré en una semana el taladro que
ahorca el nido de los nazis.
Después, solamente después de que sus cabezas
rapadas dejen de pasearse sobre el puente Mayor del Tormes
que atisbo desde el asiento trasero de un coche cogida de
tu mano, todavía. El pitbull languidece amarrado
también de su cadena.
Los ojos en busca y captura de una ausencia y ellas enhebrando
cánticos en las universidades de la desdicha mientras
los jóvenes estudiantes miran cómo caducan
las alcobas vacías donde el polvo pasajero es una
máquina del tiempo a la que nadie se sube.
Cadencias de los impostores de la vida, soldaduras de avionetas
seniles que aparcan en las acequias de los humedales sin
agua.
Reverberación de la muerte, eco de toboganes invertidos
que acechan con su curvatura las lindes de la noche.
Los maestros nunca hemos enseñado casi nada y nada,
desgraciadamente, enseña ahora la vida.
Una palabra son tres escaparates para el alunizaje perfecto
por eso no puedo dejar de acelerar.
¡Camarero: Zolpidem!