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No
sobreviviré a ninguna muerte.
Todas las muertes irán sucediéndose
como días destrozados
por las mandíbulas del tiempo.
Llegarán como la noche
que aniquila la luz y la oculta
tras la puerta de la memoria,
bajo el óxido de siete llaves de hierro.
Todas dejarán una esquela sobre la mesa,
una flor ajada, un verso mudo
y una herida que jamás se cierra.
Todas me robarán un puñado de voces,
el roce del viento persiguiendo mis manos
y una turbia mirada de niebla
atrapada bajo el hielo de una soledad
cada vez más presente, más amiga.
Cada muerte ajena es cada vez más mía.
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