Multiplico el peso de las sombras
hasta ahogarme en los fragmentos del hielo.
Quieto
como el soldado que espera en la trinchera
a que una sombra cruce el alambre del horizonte
y crezca
a medida que el tiempo pasa eterno
como la muerte que besa el plomo de las balas.
Multiplico los maullidos de un violín
hasta ahogarme en el llanto de los náufragos.
Quieto
como el ángel perdido en los mares de la melancolía
que camina dejando sal roja en cada huella
y contempla
la ceniza aún caliente de los árboles
quemados
en la fría madrugada de todos lo silencios.
Multiplico la nada y sumo todo lo que resto.
La vida nos divide en luz y sombra.
La muerte nos halla mudos, quietos.