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Desde
la trampilla del olvido alcanzo la senda
que conduce hasta la puerta maciza del destierro.
Llego hasta la puerta. Justo hasta la puerta.
Tengo miedo de abrirla y traspasar su umbral;
miedo de enfrentarme a mis miedos, a mis dudas, al frío...
Conozco demasiado bien mi realidad, mi calle, mi sombra,
mi silencio, la pesada cruz de mi silencio...
Escribo palabras que hurgan en mi mesa, en mis cajones,
en mis páginas de lluvia, en mis días de lluvia...
Mi mano se posa sobre el pomo y aprieta con firmeza,
pero no lo giro hacia abajo ni empujo hacia fuera.
Un gramo de valentía o una libra de descaro
podrían cambiar la visión de mi historia y su
rutina,
podrían enseñarme otro modo de ver las cosas.
Pero temo no saber adecuarme a los cambios. Temo
dejar en el camino la esencia de lo que soy,
la cruda ausencia de lo que fui.
Conozco mis limitaciones, mis heridas, mis derrotas...
Mi vida es una película de sesión continua,
un lugar anónimo donde nada ocurre,
una voz que envejece en segundo plano,
un hombre que no aparece en escena,
una huella sólida
escrita con palabras de invierno
tras las puertas cerradas.
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