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Se
escribe la vida para salvarla de la muerte.
Se escribe para que alguien recuerde que vivimos.
Se escribe para que la sangre, sobre la piedra,
adquiera la gravedad sonora de la herida
y el grito perdure sobre la marea del viento.
Se escribe con el filo de la espada, con la llama
rugiendo en la boca de la tea, con la pólvora
dictando los capítulos del fuego y de la muerte.
Se escribe la vida para gestar la luz de la leyenda.
Se escribe para borrar las huellas de los sótanos.
Se escribe para que la sangre no quede muda
sobre el pulso callado y frío de la piedra.
Se escribe para gloria de los héroes anónimos;
para los hijos que no fueron padres
y para los padres que lloraron hijos en silencio.
Se escribe con la voz oxidada de los metales,
con la rabia del golpe que nace en las entrañas,
con el mordisco azul de la tormenta
que nos arranca el temor antiguo de la infancia.
Se escribe la vida para escapar del frío de la noche.
Se escribe para que alguien nos rescate del olvido.
Se escribe para que recuerden que estuvimos aquí,
contemplando el río desde las almenas, defendiendo
las torres y las murallas que sostienen el perfil del castillo.
Se escribe la vida para salvarnos del hielo del olvido,
como un escudo teñido con sílabas de sangre.
Escribimos para salvarnos de la muerte.
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