En un pequeño bote, se dejan llevar
por la corriente del liso río. La mirada de ella en
él, la mirada de él en ella, ajenos a la simplicidad
de las orillas. Sin parecer percibirlo, el liso río
los entrega al liso mar, donde lentamente se internan sin
perturbar el intercambio de miradas. Ella se pone de pié,
envuelve su rostro con una enorme sonrisa y se apea de la
barcaza, para caminar sobre el liso mar. Él se queda
allí, viéndola partir, arropado en el liso azul
del mar. |