Soliloquio
ante un cristal rayado por un ser desconocido |
En las paredes de los callejones, en los ojos
de los perros muertos, en el espinazo de las bestias,
aparecen los trazos de —estos¹— niños
locos, amantes de lo ajeno²,
frases dislocadas que pretenden el mundo sea otra Idea
más polisílaba —diría Alguien³—:
las rasgaduras en los vidrios
del tren, dicen, “No se dejen engañar dios no existe
pugna por la expropiación de las propiedades religiosas
en favor del arte y la cultura”, dice, así
la oración, el catecismo de estos feligreses fervorosos
de ácima4 vida
necesitados de la ostia más espesa, de la peligrosa libertad
de saber más5 y no —como hasta la fecha—
existir menos.
Despiertos ansiosos de duda, hambrientos de preguntas extrañas
se levantaron un día y decidieron firmar su carta de
muerte, escribiendo
en las paredes del Mundo, “no se dejen engañar”,
vivan,
lo aparente del tiempo no es verdadero, el pan pútrido
que tragan
no existe —sólo existe su cabeza mirando al suelo
su miedo a morir con la idea firme de que se llaman Tal o Cual,
¿no han dudado también de su nombre?
6, de ¿quién eres
cuando de pronto Nadie te reconoce y sólo quiere verte
cara de espectro
o accesorio de ciudad triste y desvencijada? —en
este torrente de pulsiones humanas— donde barras de luz
ejecutan al que no-odia, al que no da de beber aguasangre
al Monstruo7
y fusila al sátrapa que dice ser el Más Todo,
el significado que reina, o simplemente afirma
que el mundo es territorio ajeno, y sin duda, lo hace
lo posee, lo estrangula, sólo para ordeñarle,
robarle su leche, el alma, y arrancarnos incluso la
capacidad
de revivir en nuestra cama con el dulzor del ámbar, o
sentir el viento
sin pensar que es de alguien, y saber que sólo es la
Naturaleza8 que nos entrega otro día
para amarnos, y nuevamente, hacernos suyos; entregarle
lo que somos, a ella que puede ser cada vez otra —más
hermosa
o terrible para nosotros— pero ser
respuesta a nuestras acciones, sorpresa ante el búmeran
maravilloso del misterio verdadero9
de querer saber cuál será nuestro desenlace al
llegar la noche,
cuáles nuestras últimas palabras
en el lecho de la Muerte. |
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Poemas seleccionados por el poeta ©
Andrés Cisneros, elegidos por él, para su
publicación en la revista mis Repoelas:
Soliloquio
Clepsidra
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