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relato de Ángel M. Alcalá

PROSA POÉTICA




      Sabes, mi reina, que ya no cazo. Decidí hace tiempo dejar de matar animales que nada me habían hecho. Eran simples, amor, hermosos pero simples. Sólo corren, comen y alumbran a más de los suyos. No sufren por ser. No sufren por no ser. Y son insignificantes, más que nunca, dulce, cuando estás delante de mí.
    No podría matarlos. No soy nadie.
    No sé cómo hacer para traerte aquel unicornio que querías.
    No te culpes, amor. Estabas en tu derecho de pedirme lo que fuera.


      Has desconfiado del nácar. Lo sabes, se te nota. Te ha temblado el labio. Parece como si nunca me hubieras visto. Qué mirada, transparente. Se te ve la vida; te siento el alma. Estás más guapa que nunca. Ni siquiera el día que fuiste blanca, ni aquel otro que te hicieron otra. Ni siquiera el día que me conociste. Ni siquiera el día que le conociste.

    Has desconfiado del nácar.
    Estás arrebatadora.
    Apenas me creo que va a ser la última vez que te vea.

 
      Los últimos compases anunciaron su llegada. Nos pareció verla entrar, majestuosa. Todo se paró a su paso. Todos quedamos mudos ante su presencia. Se acercó hasta el viejo y le acarició la cabeza. Jugueteó con el poco pelo que aún le quedaba y se sentó en su regazo. No pudimos evitar sentir envidia, no te atormentes por ello. Le puede pasar a cualquiera.
    Yo la llamé un día, lo confieso. No me miréis así. Pero supe decirle que se marchara. Era encantadora. Siempre lo ha sido. Siempre lo será.
    El viejo se reía. Nos miró a todos y dijo perdonarnos. Se notaba en su mirada que decía la verdad. No temía.
    Hace mucho tiempo.
    Siempre quise lo mismo para mí. Lo deseaba y lo deseo. Os perdono a todos.
    No temo.

      A media luz. Te he mirado sin querer mirarte. Te he visto fría y eterna, con la piel quebradiza, con los ojos hirientes de puro luminoso. He querido hacerte el desayuno, con tostadas, zumo de naranja y café, y llevártelo a la cama. Te hubiera comprado el diario, pero no puedo hacerlo, ya lo sabes. En cambio me he dedicado a leerte un cuento de Perucho.

    Te has llamado Sofía. Has estudiado Historia, con buena nota.
    Me he mirado al espejo de la entrada. Detrás de mí he visto a mi familia. Me sonríen, como siempre, tras el cristal. Me he sentido más que nunca de los suyos.
    Somos los últimos, Scheherezade. Ponte guapa.
    Estaremos mejor entre luces, blanco y negro.

Relato seleccionado por el escritor© Ángel M. Alcalá, para su publicación en la revista mis Repoelas:




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Página publicada por: José Antonio Hervás Contreras