|
He lamido carnes,
bebido salivas,
acariciado cabellos,
penetrado vientres,
que ahora sé que me decían nada;
y cuando tú me vuelves la espalda,
indiferente, despiadada,
yo conozco en las sombras,
el tacto del fuego del sexo
en la luz de tu mirada.
Quiero secar y no puedo
la tibia brisa mojada
con tanto olor a mujer,
que enciende llama en mi aliento,
que me enfría y que me abrasa,
de tus gestos que me gritan
que todo lo que he bebido
no me sabía a nada.
Déjame ser la sombra
de un perro vagabundo
que se cruce en tu camino
tan sólo por un momento,
y haga un sutil vaivén
al fundirse con tu sombra,
para soñar que puedo
ser tan hombre como siempre quise ser.
Llévame golpeando en tus sienes
y bajaré hasta tus pies
para trepar hasta tus senos,
y sembrarte en el centro de tu cuerpo
y gritarte hasta hacerte enloquecer
que sólo tú eres mujer.
Poséeme con tu manto de hembra,
clava tus uñas como navajas en mi espalda
y sorbe toda mi sangre por las llagas,
arráncame los labios,
áseme locamente las manos,
y escribe todo tu orgasmo
tatuando ensañadamente
tus gemidos en mi piel,
en el humo de mi sangre,
en mi ser.
|