Y era casi de madrugada
y la Luna reinaba sobre el viejo barrio...
los vidrios eran de plata,
nada andaba ni penaba
sobre el viejo callejón de un solo caño.
Apareció María en una bata fina y delgada
los rayos de luna tomaron asiento
sobre los tejados y escalinatas
era medianoche. y yo sólo salí a tomar agua,
los gatos huyeron
pero yo me quedé por agua.
María me sonrió e hizo que yo no estaba,
se recogió el cabello y colgó la bata,
mojó su pierna de estatua de bronce,
yo estaba petrificado y alejado de los faroles,
ella mojaba su cuello,
el grifo sus pechos
y yo mis bolsillos donde guardaba mis ansias,
su sonrisa iluminaba la noche,
porque la luna no importaba dónde estaba,
era una noche azul
y el mundo estaba ausente, durmiendo, no contaba.
María lavaba su cuerpo,
le echaba flores a sus cabellos
y yo me echaba la culpa
por no salir de mi hueco.
Y cuando te levantes
al abrir los ojos agradece tres veces
y tantas como si fueran posible
como evitar el humor irascible
de alguna resaca de daño sufrido.
Sacude los huesos
que aún tienen carne
sin temor a que se desarme.
Y al tomar alimentos
trae contigo a tus padres
a sentarse en tu memoria
y expulsa toda escoria
que igual deben estar vacías
tu mente y tu barriga
Al caminar debes coordinar
en una fina danza
tus piernas y tus pulmones
y recitar hermosas oraciones
y si quieres, silba melodiosas canciones.
Que cada instante merezca la pena vivir
para que al dormir
puedas disfrutar de bellos sueños
y no quieras escapar criollamente
ni de lo onírico ni de lo vivido,
que tu vida oscile como un dorado péndulo
entre lo bueno y divino.
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