Siempre
nos sentimos y creemos, que somos capaces de entender a los
demás, de amarlos u odiarlos, sólo regidos por
las circunstancias de la inmediatez y del propio proceso de
razonamiento de nuestras necesidades y sentimientos, y convertir
este proceso mental en nuestra nunca objetable verdad indiscutible.
Conceptualmente, es un pensamiento equivocado, y nada más
alejado de la realidad.
Por lo general, (por supuesto con las muchas y valiosas excepciones
de la regla), somos incapaces de entender y valorar los años
de esfuerzos de los otros que nos aman, que nos permitieron
la posibilidad de la cultura, educación y enseñanzas,
y que nos hacen sentirnos capaces, suficientes, imprescindibles
y únicos.
Los ejemplos sobran, en estos tiempos controversiales. En
una porción importante de las familias, en este bendito
País, los hijos habitan en la casa de sus padres. Pero
a muchos de ellos les pasa que aún en su propia casa,
ya ancianos, terminan considerados o sintiéndose casi
como un estorbo.
Yo mismo viví en una modesta casita hasta que terminé
la mía, en la casa de mis suegros. Mi querido viejo
nos dejó una hermosa y grande propiedad, pero por una
cuestión de principios no quise habitarla hasta que
se realizó la sucesión con mi madre y mis hermanos.
Debemos justipreciar a todos esos seres que lucharon sin claudicar,
ahora ancianos, aún a costa de su propia vida, que
nos permitieron tener acceso a la cultura, ser libres en nuestro
pensamiento y obra, a vivir con un sentido y conciencia, y
a participar de los procesos de cambios de la humanidad que
nos cobija.
Con ellos y sus ejemplos de vida, aprendimos a pensar, y pensando,
el ser encuentra su profundidad, entendiendo también
que no sólo es cuestión del pensar, sino también
de realizar, y de hacerlo con la fuerza y la profundidad que
sea necesaria.
También, muchos de nosotros, fuimos destinatarios privilegiados
de quienes, con su ejemplo, nos enseñaron el apostolado
que por principio, siempre será mejor dar, en lugar
de recibir, porqué ellos ya sabían que dar,
es recibir.
Y así, sentirnos plenos con nuestra alma libre, y respetar
la libertad en si misma.
Siempre debemos recordar a esos queridos viejos que nos aman,
o que nos amaron y ya no están, y valorar de ellos
el tiempo pasado, nuestro propio pasado y el de aquellos que
nos enseñaron o aún nos enseñan con su
experiencia, y permitirnos con humildad y sensatez, llegar
a conocernos mejor nosotros mismos, en el camino de un futuro
mejor.
Y aprender de ese pasado compartido, rico en reflexiones sabias
y maduras, para vivir nuestro presente y proyectar nuestro
futuro, siempre aprendiendo, entendiendo, comprendiendo, enseñando.
Y amando, por sobre todas las cosas.
Esto no es nada más que una reflexión, en un
lapsus de mi memoria, con el recuerdo siempre presente de
mi PADRE.
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