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Vi correr un ángel,
Detrás de la cristalera,
De mi ventana hermosa,
Por la cual yo divisaba,
Como el crepúsculo llegaba.
Su carita era de ansiedad,
Sus mofletes rojos lo confesaban,
María, María, dónde te hayas??,
Era lo que a gritos clamaba,
Sin darse pausa alguna.
Le seguí, pues me quedé perturbada,
Llegó a las afueras del pueblo
Y continuó haciendo las mismas llamadas,
De repente una luz de vela,
Que se encendía y apagaba, llamó su atención.
Y frenando su carrera,
Paso a paso se acercó pensando,
A lo mejor, esto, es lo que yo buscaba,
Ante sus ojos, veía una cueva con montones de paja,
Vieja ya de muchos años.
Entre medias, una mula y un buey,
También miraban asustados,
Y allá en el rincón,
Entre la paja, una mujer, todavía jadeante,
Un bebé sostenía entre sus brazos.
María, mi María, te estaba buscando,
El cielo me envía para ayudarte en tu parto,
He llegado tarde, lo siento,
Desconocía dónde te ubicabas,
La besó en su mejilla y envolvió al niño
entre trapos.
José, su esposo se deshacía en halagos,
Hacia su esposa y mujer,
Que acababa de ser madre,
Del Hijo del Hacedor,
Que creo al mundo sin engaños.
El bebé fue amamantado
Y junto a su madre, se durmió en su regazo,
Mientras José y el ángel,
Acicalaron la cueva,
Pues ya venían pastores con su pan bajo el brazo.
Entre tanto yo, atónita estaba,
No podía comprender,
Lo que aquella escena representaba,
Hasta que el ángel me guiñó su ojo,
Y a la vez a sus compañeros llamaba.
Y en unos minutos dulces,
Melodías desde el cielo,
A toda la tierra anunciaban:
Que el hijo de Dios ha nacido,
Para salvar a la humanidad engañada.
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