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EL ÚLTIMO CUENTO


Nadie en su sano juicio podría afirmar que no lo había intentado. Infatigable, buscaba todas las alternativas posibles que estaban a su alcance, procurando alcanzar su objetivo de consolidarse como escritor. A diario, creaba y escribía laboriosamente, corregía y publicaba en todos los medios digitales que conocía: blog, redes sociales, revistas digitales y todo lugar en donde le dieran la oportunidad, él aceptaba encantado de compartir sus originales cuentos. Anteriormente, había llevado sus historias a diversas editoriales, con la asequible esperanza de empezar a vivir de la venta de sus obras, pero invariablemente las mismas terminaban guardadas en algún cajón, sin posibilidad de publicarlas y sin siquiera haber sido ojeadas por algún editor.
el último cuento
Distinta suerte tenía en internet, allí había conseguido encantar a centenares de seguidores de todo el mundo, que amaban sus historias y disfrutaban de sus ocurrencias. Algunos de ellos rayaban el extremo del fanatismo (algo que él desconocía), leían sus historias durante las noches de desvelo y creían poder descifrar la personalidad y los sentimiento de ese escritor, que a través de las letras les daba acceso a su mente, transparentando su alma y sus sentimientos en forma casi ilimitada. Sin proponérselo, alcanzó la devoción de algunos de sus lectores.
Pero las cuentas no se pagan con talento ni con buenas intenciones, se necesita el dinero contante y sonante, ¡vaya si lo saben los artistas! Le había llegado el aviso de desalojo por falta de pago del departamento que alquilaba, sus zapatos, únicos y añejos, se habían rajado por el empeine de tanto usarlos y había ajustado dos ojales más de su cinturón de cuero, por una dieta no elegida. Ya no le quedaban pertenencias para vender, sólo su pc portátil, la herramienta de trabajo, la misma que usaba para escribir y compartir sus historias con todos sus seguidores. Era el último recurso que le quedaba.
Con dolor en el alma anunció a sus lectores por todos los medios habituales: “Voy a escribir el último cuento”. En un raudo recuerdo pensó en su madre, cuánta razón tenía cuando le aconsejó, siendo niño, que deje de escribir y que se ponga a patear la pelota que le iba a ir mejor en la vida. Pero ahora había que enfrentar la realidad, una realidad llena de urgencias y necesidades que apremiaban. Decidió escribir el último cuento, vender su pc portátil y buscar otra actividad para ganarse el sustento.
Tal como lo hizo en otras oportunidades, cuando se sentía inspirado para escribir, se dirigió a aquel local de comidas rápidas, donde había pasado las mejores tardes de su vida creando sus más conocidas historias. Conforme al ritual de siempre, saludó a los empleados, pidió un capuchino con dos medialunas y se fue a su rincón de costumbre para comenzar a escribir, con bastante congoja, el último cuento. Miró por el amplio ventanal de vidrio, la tarde estaba despejada pero principiaba un viento extraño augurando mal tiempo. Abrió su pc, documento en blanco y empezó a escribir:
Lejos de la gran ciudad, aquella muchacha solitaria se hallaba perturbada por la reciente noticia, aceleró su auto con la esperanza de llegar a tiempo, aún se preguntaba a sí misma que habría de decirle, no tenía la menor idea, pero sabía que era su oportunidad de enfrentarlo cara a cara. Marchó a gran velocidad por la ruta desolada, nubes espesas iban cubriendo el horizonte a medida que avanzaba. Pensó en que la relación no debería terminar así entre ella y él, después de todo lo que habían compartido juntos. Nadie lo conocía y lo amaba tanto como ella, entonces, ¿por qué terminar? Ingresó impetuosamente a la gran ciudad y la tarde se hizo oscura, de la misma manera en que se oscurecían su alma y sus pensamientos. Le pareció una locura que el vínculo que tanto los unía ahora desaparecería así, abruptamente. Si ésa era su decisión, entonces no había otro camino, pero aún así se preguntaba a sí misma si sería capaz de hacerlo. En ese momento llegó a aquel lugar donde él se encontraba, había mucha gente pero le restó importancia, los aromas eran los conocidos de siempre: hamburguesas, papas fritas y café de máquina. Caminó resueltamente entre las mesas donde niños con sus madres disfrutaban de su comida en el ocaso de la tarde, donde grupos de jóvenes universitarios revolvían entre sus apuntes buscando una repuesta urgente para el parcial de la noche. Avanzó con la vista fija, ya lo había identificado, allí estaba en su rincón habitual, con su capuchino y sus medialunas, tal como acostumbraba. Lo veía algo triste, pero eso no la detuvo. Se paró delante de él y clavó sus ojos en una insólita mirada que mezclaba la admiración y el odio. Entonces el hombre que estaba sentado escribiendo en su pc hizo una pausa en su narración, apartó su vista del teclado y vio a una joven agitada que se había parado delante de él en aquel lugar. Sorprendido ante la misteriosa muchacha que lo estaba observando le preguntó: “Perdón ¿Nos conocemos?”, a lo que ella respondió: “Mucho, tal vez como nadie en el mundo”. Súbitamente, ella sacó un arma de su cartera, apuntó e impactó directamente en su corazón, acabando con la vida del escritor.

Los empleados del lugar de comidas rápidas, extrañados de que el hombre estuviera varias horas cabizbajo y con los ojos cerrados, con la pc abierta y ya sin escribir, fueron a verlo, descubriendo con horror y tristeza que estaba muerto. No se hallaron signos de violencia en la posterior autopsia.

Textos de Guillermo Silva para la revista mis Repoelas:

EL ÚLTIMO CUENTO


(Esta obra se encuentra protegida por los Derechos de Autor)


Página publicada por: José Antonio Hervás Contreras