Distinta suerte tenía en internet,
allí había conseguido encantar a centenares
de seguidores de todo el mundo, que amaban sus historias y
disfrutaban de sus ocurrencias. Algunos de ellos rayaban el
extremo del fanatismo (algo que él desconocía),
leían sus historias durante las noches de desvelo y
creían poder descifrar la personalidad y los sentimiento
de ese escritor, que a través de las letras les daba
acceso a su mente, transparentando su alma y sus sentimientos
en forma casi ilimitada. Sin proponérselo, alcanzó
la devoción de algunos de sus lectores.
Pero las cuentas no se pagan con talento ni con buenas intenciones,
se necesita el dinero contante y sonante, ¡vaya si lo
saben los artistas! Le había llegado el aviso de desalojo
por falta de pago del departamento que alquilaba, sus zapatos,
únicos y añejos, se habían rajado por
el empeine de tanto usarlos y había ajustado dos ojales
más de su cinturón de cuero, por una dieta no
elegida. Ya no le quedaban pertenencias para vender, sólo
su pc portátil, la herramienta de trabajo, la misma
que usaba para escribir y compartir sus historias con todos
sus seguidores. Era el último recurso que le quedaba.
Con dolor en el alma anunció a sus lectores por todos
los medios habituales: “Voy a escribir el último
cuento”. En un raudo recuerdo pensó en su madre,
cuánta razón tenía cuando le aconsejó,
siendo niño, que deje de escribir y que se ponga a
patear la pelota que le iba a ir mejor en la vida. Pero ahora
había que enfrentar la realidad, una realidad llena
de urgencias y necesidades que apremiaban. Decidió
escribir el último cuento, vender su pc portátil
y buscar otra actividad para ganarse el sustento.
Tal como lo hizo en otras oportunidades, cuando se sentía
inspirado para escribir, se dirigió a aquel local de
comidas rápidas, donde había pasado las mejores
tardes de su vida creando sus más conocidas historias.
Conforme al ritual de siempre, saludó a los empleados,
pidió un capuchino con dos medialunas y se fue a su
rincón de costumbre para comenzar a escribir, con bastante
congoja, el último cuento. Miró por el amplio
ventanal de vidrio, la tarde estaba despejada pero principiaba
un viento extraño augurando mal tiempo. Abrió
su pc, documento en blanco y empezó a escribir:
Lejos de la gran ciudad, aquella muchacha solitaria se hallaba
perturbada por la reciente noticia, aceleró su auto
con la esperanza de llegar a tiempo, aún se preguntaba
a sí misma que habría de decirle, no tenía
la menor idea, pero sabía que era su oportunidad de
enfrentarlo cara a cara. Marchó a gran velocidad por
la ruta desolada, nubes espesas iban cubriendo el horizonte
a medida que avanzaba. Pensó en que la relación
no debería terminar así entre ella y él,
después de todo lo que habían compartido juntos.
Nadie lo conocía y lo amaba tanto como ella, entonces,
¿por qué terminar? Ingresó impetuosamente
a la gran ciudad y la tarde se hizo oscura, de la misma manera
en que se oscurecían su alma y sus pensamientos. Le
pareció una locura que el vínculo que tanto
los unía ahora desaparecería así, abruptamente.
Si ésa era su decisión, entonces no había
otro camino, pero aún así se preguntaba a sí
misma si sería capaz de hacerlo. En ese momento llegó
a aquel lugar donde él se encontraba, había
mucha gente pero le restó importancia, los aromas eran
los conocidos de siempre: hamburguesas, papas fritas y café
de máquina. Caminó resueltamente entre las mesas
donde niños con sus madres disfrutaban de su comida
en el ocaso de la tarde, donde grupos de jóvenes universitarios
revolvían entre sus apuntes buscando una repuesta urgente
para el parcial de la noche. Avanzó con la vista fija,
ya lo había identificado, allí estaba en su
rincón habitual, con su capuchino y sus medialunas,
tal como acostumbraba. Lo veía algo triste, pero eso
no la detuvo. Se paró delante de él y clavó
sus ojos en una insólita mirada que mezclaba la admiración
y el odio. Entonces el hombre que estaba sentado escribiendo
en su pc hizo una pausa en su narración, apartó
su vista del teclado y vio a una joven agitada que se había
parado delante de él en aquel lugar. Sorprendido ante
la misteriosa muchacha que lo estaba observando le preguntó:
“Perdón ¿Nos conocemos?”, a lo que
ella respondió: “Mucho, tal vez como nadie en
el mundo”. Súbitamente, ella sacó un arma
de su cartera, apuntó e impactó directamente
en su corazón, acabando con la vida del escritor.
Los empleados del lugar de comidas rápidas,
extrañados de que el hombre estuviera varias horas
cabizbajo y con los ojos cerrados, con la pc abierta y ya
sin escribir, fueron a verlo, descubriendo con horror y tristeza
que estaba muerto. No se hallaron signos de violencia en la
posterior autopsia.
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