De pequeño soñaba con
ser mayor, ¿y quién no? Todos soñamos
con poder crecer y ser grandes y fuertes, ser centro de atención
y también de admiración. Cuando uno es joven
mira al bosque, ves el orgullo de esos viejos árboles
centenarios, los niños corriendo y escuchas los gritos
de sus desesperados padres pidiéndoles que no se alejen,
que es peligroso perderse. Ansías, y para mi vergüenza,
envidias que alguien se apoye en tu tronco mientras descansa
de esa terrible caminata, escuchas secretos y confesiones
humanas. Yo todavía soy un roble jovencito, no alcanzo
los ocho años, mi altura y mi diámetro no son
cómo la de mis padres o abuelos, ellos siempre me han
dicho que no tuviera tanta prisa por crecer que todo llegaría,
que era mi momento de ir viendo, escuchando y aprendiendo,
del amor de la naturaleza y del amor que algunos humanos sienten
por nosotros. Y digo de algunos humanos, de esos que pasan
un día en el monte y recogen todo por respeto, para
intentar que el bosque siga vivo, para evitar incendios, para
evitar la muerte de los que amo, mi muerte.
Los viejos robles se estremecen pensando en el fuego, en sus
llamas, en el calor, en el humo, en cómo te asfixia,
te abrasa, te seca por dentro, en cómo mata tu alma,
en cómo desapareces. Así han perecido muchos
amigos nuestros, nuestros amigos los árboles, todos
los árboles.
Es una muerte lenta, en realidad son dos muertes, ver y sentir
la muerte de tus seres queridos, esos que te han acompañado
desde tu nacimiento, y tu propia muerte. Ambas son dolorosas.
Alguien olvidó apagar un cigarrillo a unos tres kilómetros
de mi hogar, de mi pequeño sitio en el bosque, tal
vez fuera a pasear, quizá necesitaba descansar su mente,
reflexionar sobre sus problemas o ahondar en ellos, en un
lugar sin ninguna presión, en un refugio, sin interferencias,
sin prisas. Los árboles deseamos ser cómplices
vuestros, sentir vuestra felicidad, proporcionaros tranquilidad
y sabemos que la mayoría de las personas sois buenas
y consideradas con nosotros, sentimos vuestro sufrimiento
y vuestra lucha cuando se produce una catástrofe. Y
es que para nosotros no hay mayor catástrofe que un
incendio. El fuego es nuestra muerte y sabemos que también
es un poco vuestra muerte. La muerte de los buenos corazones
que miran un paisaje arrasado con dolor.
El fuego se acerca, el humo y el calor se huelen, nuestras
cortezas sienten que se abrasan. Se oyen a unos humanos gritando,
moviéndose. Hoy he visto tristes y preocupados a mis
mayores, algunos se preguntan si este incendio se ha producido
por un olvido o alguien provocó que el bosque ardiera
en esta calurosa tarde de julio. Nunca he dudado de las historias
de mis mayores, pero me resulta increíble pensar que
alguien prenda fuego, no logro imaginar cómo serán
esas personas, tan distintas de las que nos visitan. Y yo
me pregunto, ¿cuál es su problema? ¿Por
qué buscan la destrucción? ¿Por qué
no nos contaron sus problemas? ¿Cómo es su alma?

Las llamas son muy altas,
no sabía que fueran de un rojo amarillento, nunca las
había visto, jamás sentí semejante horror
y miedo. Me apena el pensar las historias que ya no escucharé,
los niños que ya no veré crecer, mis mayores
y yo desaparecemos, todo mi mundo lo hará. Ya nunca
sabré qué causó nuestra muerte, si los
mayores tienen razón y nos mataron espero que ese ser
humano algún día encuentre su refugio y piense
en nosotros, en nuestro dolor, en nuestra muerte.
Apenas puedo ya ver, el humo es demasiado espeso, el fuego
ya nos ha alcanzado, mi tronco ha comenzado a ser devorado
por las llamas, el dolor es incesante, siento cómo
mi alma va muriendo, ya es tarde, me cuesta respirar. Mi último
pensamiento será para quien en el mejor de los casos
olvidó apagar su cigarrillo, espero que escuche el
ruego de todos. El fuego establece su dominio, avanza ayudado
del fuerte viento y destruye todo lo que amo, ya no veré
más a mis mayores, ni a mis hermanos.
Ahora ya sólo se escucha el crepitar del fuego. La
destrucción ha ganado. El robledal ha muerto. Sólo
la primavera y la ayuda de las personas harán renacer
nuevos robles. Otros robles.