La rambla hospitalense era una duna de hilaridad, era
lunes y ni la luna señoreaba a los jóvenes,
además, los bares estaban cerrados a pesar de ser
la una de la madrugada. Era un mes de diciembre que pauperizaba
el ambiente caluroso, Juanjo esperaba en estas circunstancias
a Ángel. “Maldita sea”, pensaba Juanjo,
“hace un frío de mil demonios y este tío
no llega, encima he venido para vender sólo quince
euros”. Ángel apreció como una esperanza
perdida cinco minutos más tarde, ni siquiera se disculpó.
- La próxima vez si no eres puntual me largo, es
la última vez que me puteas así –Juanjo
hablaba ariscamente mientras pasaba una paperita.
- ¡Tranquilo Juanjo! El cajero que voy habitualmente
no funcionaba, he tenido que caminar mucho para encontrar
una sucursal de mi banco ¡compréndeme macho!
Este cuarto de pollo me va ir de puta madre para acabar
este fin de semana, te he pillado mucho.
- No tendría que haberte pasado más…
-cogió el dinero que le daba lo más rápido
posible-. Por cierto, que sea la última vez que quedamos
tan cerca de la comisaría.
- ¡Los picoletos! ¡No me jodas, tío!
Ésos no hacen nada, son pocos.
- Pues los mossos.
- Los mozos pasan poco un domingo por la madrugada, yo
sé a que horas quedar. Bueno, me voy, voy acabar
la fiesta, gracias por todo, tío. Te llamo el viernes
que viene.