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poema de  Miguel Ángel Perera Jiménez

DE MAÑANA POR EL MONTE




Es muy temprano aún para pasear por el monte y ya el niño Manuel anda de cacería con su tirapiedras detrás de las torcazas que no quieren dejarle acercar demasiado. Los árboles son muy altos y por lo tupido del follaje apenas se puede ver. Las hojas húmedas de la vereda son como un regalo a sus pies descalzos. El concierto de las avecillas alegra la mañana. El agradable olor que desprende cada árbol es un ingrediente que activa la intrepidez de nuestro pequeño cazador.
Desde hace algún tiempo él quiere saber dónde es que viven las torcazas moradas y las palomas aliblancas. Son muy difíciles de cazar, pero tienen buen tamaño y muy buena carne. Los bolsillos del pantalón le pesan pues los trae cargados de las piedras del tamaño apropiado que son los proyectiles para su flecha.
Ahora pasa junto al ojo de agua y siente sed por lo que corta con su pequeño machete una caña de tibisí que es el que usan los campesinos para tomar agua limpia y fresca en estos manantiales. Hay un árbol muy frondoso que da allí una sombra deliciosa. Arriba en las ramas más bajas hay un tocororo que se deleita en su canto mañanero. Manuel lo mira con mucha atención para comprobar que es cierto que tiene los mismos colores de la bandera nacional. Esta es un ave que todos acá admiran y cuidan mucho. Nadie es capaz de dispararle una piedra.
Manuel va saliendo del monte y se dirige cautelosamente hacia los viejos algarrobos. Sabe que al lado hay unas palmas con palmiche maduro y casi siempre algunas torcazas. Trata de disimilar su presencia lo mejor que puede. Cuando va llegando salen volando varias torcazas y se posan en el primer algarrobo. Esta vez el niño se acerca más como todo un héroe.
Se sitúa en una posición cómoda para hacer el primer disparo y tratar de no fallar. Está nervioso, pero intenta de controlarse. Una de las aves está en una rama que permite un buen tiro. Retiene la respiración. Apunta bien y estira las ligas con fuerza. Dispara con precisión.
Por primera vez acierta en dar justo en la cabeza de la torcaza que se precipita del árbol en vuelo decreciente en forma de espiral. Ya está casi justo al alcance de sus manos. Intenta agarrarla y se queda tan solo con las plumas de la cola. El ave se recupera y se escapa hacia otro árbol. La persigue durante un buen rato, pero cada vez vuela más lejos.
Un último intento lo lleva hasta una mata enorme de ayúa toda llena de espinas. Manuel se queda mirando con sorpresa. Allá arriba muy bien protegido está el nido con los pichones y la madre que esperan… Ahora se alegra de que no pasó nada más grave.
 

Poemas y textos seleccionados por el poeta © Miguel Ángel Perera Jiménez , para su publicación en la revista mis Repoelas:


De mañana por el monte

El niño que atrapó una estrella


 


Página publicada por: José Antonio Hervás Contreras