Puentes y puentes me trajeron
hasta aquí.
Ríos de piedra que atravesaron jirones y jirones
de esa espesa oscuridad que bebe la noche
cuando cierro los ojos y descubro
la luz que perdí buscándome entre las
calles:
estrechas calles donde el silencio recita
la sólida leyenda del muro tras la hiedra.
Atardece sobre la ciudad del Moldava,
sobre la pequeña ciudad deslizándose
hacia el agua.
Un mar de azoteas –sangre inclinada
hacia los caminos de Occidente-
golpea las puertas de los jardines de Vrtba
y vibra bajo un cielo de grises desvaídos.
En el corazón habita siempre una ciudad pequeña
a la que llegamos -huellas en el viento-
a través de las brechas abiertas
que nos unen a los arcos secretos de la vida.
A Malá Strana llegamos cautivos de su historia.
Mar de calles, en ella nos perdemos.