|
Bebo lágrimas, bebo lejanías,
bebo esperas y bebo desencuentros.
Bebo el cielo sereno y azulado...
reflejado en las aguas transparentes
de la fuente que me habla en cada gota.
Siempre la fuente blanca...
ceñida a la cintura de un almendro,
buscadora de labios anhelantes
–desiertos divididos en la lluvia–.
Si en el parque la buscas, a la izquierda,
detenida en las huellas de los niños,
en el primer sendero de abedules.
Camina lentamente... con cuidado,
no asustando a los pájaros que bajan
a beber a las doce en punto (nunca
se retrasa ninguno). Y un mendigo
sin esperanza bebe también: quiere
lavarse la pobreza.
Regresarás allí si la visitas,
si bebes de sus aguas,
como regresan todos,
como regreso siempre yo a limpiarme
el alma cuando nadie puede verme...
siempre, en la fuente blanca.
|