[EL
AIRE ...]
Poema XXVIII de "Cuerpo
sin mí" |
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El aire
persigue
a la luz, pero choca
con un azul áspero,
y queda
tendido entre sombras mansas,
con los ojos huyendo, roto
como agua rota; el
aire
oculta lo que veo, y la piel de las cosas
deserta de las cosas,
y la lluvia que empieza a caer se convierte
en lluvia detenida, o
en sequedad;
el aire se extravía entre edificios
reblandecidos y deriva
en una pasta indócil,
que me recubre
como un sudario.
La sangre ocurre, merodea,
llora; y, a veces, accede
a iluminar
el cuerpo en que me extingo. Tiemblo,
y mi temblor me crea; tiemblo,
porque me sé perdido en una niebla
plena de aristas; tiemblo,
porque mi nombre
carece
de huesos,
y las palabras con
que simulo
sobrevivir al lúgubre resplandor de los días
no son palabras,
sino muñones de
mí;
tiemblo, en fin, refugiado
en la materia y en la duda,
sangrando sin heridas, sumido en una piel
que se despliega como un árbol
y me acoraza blandamente.
Lo irreal prevalece, pero soy yo.
Detrás sólo
hay dolor: la conciencia con sus límites
y sus aftas; la carne macerada
por la certeza
de que la vida es sólo
otra forma de no ser, de alejarse.
Y escapo. Huyo siendo piedra,
tosiendo como
la piedra,
carnal como la piedra, y salvo la distancia
que me separa
de mí. Y esa distancia
también es piedra,
respiración de piedra, piedra
que quiere transformarse en agua:
yo soy la piedra, y la libélula
que desova en sus anfractuosidades,
y el verdín
que la cubre, y que emite, bajo un sol
de esparto,
destellos minuciosos. Escapo, perseguido
por los símbolos; corro, quieto,
deudor de una ceguera turbulenta, y construyo,
y desmenuzo, y nazco:
me avengo a respirar, pero, aturdido
por lo que no comprendo,
reclamo
el indulto del sueño o el jarabe abrasador
de la muerte. Y ahí, bajo su luz abrupta,
en su heredad sin tierra, espero
a que el ser y la noche
se reconcilien,
a que el yo se reúna
con su penumbra, y enarbole
su tenuidad como un río,
o como un fusil de estambres. |
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