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CON LA FE A CUESTAS
        (Remake de Who is me)

        Hay Yo también soy uno
        que nació en el 57
        y parezco más joven
        que algunos tipos de mi generación
        que se dedicaron a la banca
        o a la ingeniería técnica
        (desgraciados con familia y buen sueldo).
        No puedo contar huidas
        ni diásporas
        porque siempre me fue relativamente bien
        y las guerras me quedaban tan lejos
        que sólo me sirvieron para ir de pacifista moderado
        y fumar en comuna marihuana o tabaco
        antes de ir a cenar junto a mis padres.
        La poesía llegó como las lluvias de abril
        y me ha mojado tanto
        que, aunque escampe, sigue lloviendo adentro.

        En fin, dejemos las mariconadas
        y vayamos a ese yo
        que desea quitarse la máscara
        porque está harto de sacar pecho
        delante de la gente...

        Bien pudiera haber escrito del verde monte
        y de la nieve eterna, del río y su aventura
        entre batanes, de la piedra y el castaño generoso.
        Haber sido la flor natural de mi tierra,
        el poeta amado que ensalza las colinas
        y las torres... pero no,
        escribí de la muerte, de la gente al desnudo,
        del sentimiento trágico de esta vida cómoda
        que no sabe colmar porque no puede.
        Y aún me pregunto por qué escribo,
        mientras mi mente vuela a aquellos días de brasero y natillas
        con mi abuela endiablada por la música militar
        de los asesinos en la radio,
        los que mataron al abuelo Felipe a sangre y fuego
        en el lugar de Los Santos.
        La voz de mi abuela por las noches
        era una saeta civil y profana
        que se convertía en grito interior.
        Todas las putas madres de los asesinos
        y todos los asesinos, y mi abuela,
        Antonia Corral Martín,
        me obligaron a escribir, me obligan.
        Y quiero que se entienda a la perfección lo que quiero decir
        y por ello no lo digo poéticamente.

        Sin aquella fe que tantos llevaron a cuestas
        fui el tres,
                          lo imposible,
                                                 el desertor...
        Fui el desastre de mi casa
        porque defraudé a mis padres
        aunque jamás lo hayan reconocido
        en público ni en privado.
        En fín, que desperdicié el tiempo
        y eso no se perdona
        o no se perdonaba hasta que decidí gritar
        «¡Que os zurzan!».

        ¡Ja, ja, ja!
        Torcer el gesto y mirar a los ojos de los otros con cierta superioridad
        para que te ensalcen los cuatro imbéciles que te rodean.
        Ser porque nadie sabe lo que escribes,
        pero notar el respeto de su necedad.
        ¡Qué mundo!:
        Obreros de derechas babeando ante sus jefes,
        comunistas de misa y braguetazo,
        ratas muertas de fe y de miedo porque se acaba el tiempo
        y no quieren entender que todo es al final despojo y puerta.
        ¡Infelices!
        En todo caso, la realidad, la dura realidad,
        es que no llego a fin de mes jamás
        y las deudas me comen pero no importa,
        y este oficio tan mío de decir
        el justo hueco que cada uno ocupa
        no tiene un buen futuro en lo económico.
        Contar cómo se prostituyen los políticos
        y cómo engordan sus monederos
        mientras se ponen dignos para hundirte.
        ¡Hijos de la gran puta!, ¡ladrones!
        ¡Fieras que destrozáis cada una de vuestras piezas
        para no compartirlas!
        ¡Hienas!
        Cómo me gustaría veros arder de vergüenza ante la gente.
        Y el trágala de escritorzuelos haciendo un zoco
        de la Literatura.
        ¡Advenedizos!, ¡roncos imitadores de otros escritores mediocres
        que lamen cualquier culo por aparecer en letra impresa!
        Cómo os gusta medrar presidiendo jurados
        o pregonando fiestas; os infláis como putas
        ante los que jamás leyeron ni leerán una palabra vuestra.
        Escritores de mi generación. ¡Ja, ja, ja!
        Rebeldes hacia afuera, vestidos de malditos,
        intentado vender prisión, mono y miseria
        no hacéis más que el ridículo,
        pues ni el vómito anida en vuestros versos.
        Soledad, y no conciencia,
        mucha vergüenza y tiempo de silencio,
        mucho tiempo de silencio,
        todo el tiempo quizás.
        Pero no, persistís, ¡po-e-tas-en-re-sis-ten-cia! (?).

        También recuerdo ahora las tristezas
        y el miedo que me hizo llorar a gritos
        una tardenoche de elecciones municipales
        en la que mi hijo miraba aterrado su dedito meñique colgando
        por una de sus falanges
        y querer que ese dolor fuera mío,
        que esa sangre fuera mi sangre...
        aunque mi miedo era más profundo
        que el terror del niño;
        tanto, que aún lo llevo a flor de piel, en los ojos, en la punta de la lengua.
        ¡Qué poco bagaje de dolor para un poeta!:
        un hijo herido de levedad por una puerta.
        No os equivoquéis,
        que el dolor verdadero vive en la posibilidad
        y el peor miedo también.

        El monto cultural, los libros leídos,
        el tiempo ganado al tedio
        o perdido con decencia
        ante la puesta en valor del jodido dinero
        significándose en una tarde sin tabaco
        por no tener dos miserables euros,
        aunque sí una cama donde caerme muerto
        de tristeza por la miseria,
        atenuada por unos versos de Montale o de Brodsky,
        por una carta de Abraham o una canción de Caetano.
        El jodido dinero hiriendo, envenenando,
        haciéndome sufrir o escribir de pura rabia.
        ¿Me queda la palabra?
        ¡Joder!
        Me queda la palabra
        para evocar el corral de mi niñez
        con la parra dando su sombra de uvas
        y la lujuria de una mujer peinándose en una ventana interior.
        Era mi madre aquella mujer deliciosa
        de tez de manzana y risas,
        la misma que ahora se me aparece en el espejo
        siendo mis canas y las bolsas de mis ojos,
        siendo la mirada frutal que asalta la general tristeza de mis gestos.
        Mi madre. Centro y nada a la vez.
        Mi madre.

        ¿Y la libertad?,
        si su ausencia siempre fue motor de creadores
        y puso en mil cabezas el laurel de la gloria,
        el heroísmo,
        y hasta el martirio
        que tanto viste en una vida
        si se logra salir
        o tanto adorna en una muerte.
        ¿Acaso no es su voz la que nos mueve?
        Pero, ¿quién es libre?, ¿quién puede ser libre?
        ¡Qué suerte poder crear entre la represión
        o en una guerra
        o en un gueto
        o en una cárcel!
        ¡Qué suerte la del oprimido que levanta la voz
        ante una masa y la agita hasta explotar
        o hasta la sangre propia!
        Sólo se puede ser donde te niegan.
        La toleracia y la paz alimentan mediocres
        poetas tranquilos.
        ¡Qué suerte ser parte de un dolor colectivo
        y sacar la cabeza, sin más,
        para gritar un verso!

        Llueve adentro y estoy cansado,
        pero no de vivir,
        que el suicida se pierde la posibilidad
        y el gesto de dolor
        que alumbra esa paz que es la calma,
        porque somos colinas y valles,
        simas y altas montañas
        y la muerte no es descanso,
                                      es sólo muerte.




Selección de poemas de © ,Luis Felipe Comendador, preparada por el autor para la revista mis Repoelas:





Con la fe a cuestas

Amanece en Rimini

El bañista gordo


 


Página publicada por: José Antonio Hervás Contreras