Hacia el fin de la noche
tu voz me fue llenando la inconsciencia,
lentamente sentida,
asimilada perezosamente.
En la corriente oscura, casi áfona,
flotaban las palabras
- como piedras sin engastar, apenas
un resplandor fugaz, un hambre muda -.
Trataba, conmovido, de buscarte,
de asir, por un instante al menos,
tu ser, que tantas veces
fue mío, pero en vano:
tus ecos se perdían,
poco a poco más leves, más difusos.
Desesperado, lúcido que al alba
mi despertar sería tu pérdida incesante,
luché, grité al vacío,
concentré mi pasión, mi sed antigua.
En el instante último,
casi al doblar la esquina de la aurora,
te encontré en el torrente en que me hundía
y pasé junto a ti, del otro lado.
El alba fría y húmeda
iluminó la alcoba
donde sólo quedaba mi huella en la almohada...
Milagro concebible: estar unidos,
más allá de la vida y la memoria,
en la tierra brillante de los sueños.
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