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Más allá del páramo
donde los gallinazos entretienen la mirada
antes de anclar su soledad a la ventisca
una no sabe si podrán cerrar los ojos
para verse
si un sonido de campana de repente los lastima
si acaso su sangre en remolino se agolpa
cada vez que la garúa desdibuja la montaña
y si entonces morirán de pena
si aquel eterno picoteo de la ruina
algo de pulcro dejará en sus paladares
algo de triste
de insaciable
de sombrío
cuando la luz se desmorona en el remanso de las nubes
y ellos atrapan, consumada, la belleza.
Ya no quedan sino algunos
recorriendo mi niñez
sobrevolando los momentos
en que vuelvo a atravesar su territorio.
Son un recado de la muerte
que si llega de improviso
me verá donde ellos cortan el barranco.
Aunque podría adivinarles las señales
y escapar.
Pero no quiero.
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