Regresé
de la tienda con lo necesario para la cena; apenas si me quedaba
tiempo para arreglarme un poco; tendría que ganarle tiempo
al tiempo. Luego de preparar lo que me correspondía y arreglarme
de manera sencilla para la ocasión especial, dieron las cinco
de la tarde. Escuché unos leves toques en la puerta que había
dejado emparejada esperando a Abigaíl, y alcé un poco la voz:
--¡Adelante amiga… la puerta está abierta!…--. Ésta última,
entró elegantemente ataviada; era Nochebuena y había vestido
sus mejores galas, que la hacían ver radiante y muy elegante
y, a pesar de sus treinta y cinco años, lucía como una quinceañera.
--¿Sabes?..--, le dije, y seguí: --Adonde vamos, no es necesario
vestir con elegancia… pero no te preocupes… con unos zapatos
de piso y tu abrigo te verás bien…--, preguntándole en seguida:
--¿Puedes subir las cosas al coche en tanto yo cierro el gas…cojo
mis llaves… enciendo el árbol y algunas luces de la casa?...--.
Después de hacer lo propio cada una, nos dirigimos a la cabaña
de Isadora. Entre risas y bromas llegamos a las afueras de
la ciudad, donde a unos cuántos kilómetros se encontraba mi
adorada nueva amiga; sentía como si la hubiera conocido de
toda la vida. Al llegar al mirador me estacioné donde comúnmente
lo hacía recordando a mi padre, y comenzamos a bajar las cosas;
había que trasladarlas a casi tres kilómetros, y a mitad del
camino teníamos que ascender por la vereda de la montaña.
Pronto la blanca nevisca revestiría el lugar, pensé en tanto
el gélido viento golpeaba nuestros rostros; sentía que no
podía mover ni los dedos, más sin embargo, me ilusionaba tanto
pasar la Nochebuena con la dulce Isadora que no me importó.
Inesperadamente, del otro lado de la carretera cruzó un hombre
quien a pesar de aparentar casi los ochenta años, moviéndose
con agilidad nos alcanzó diciéndonos como todo un caballero:
--Buenas tardes, queridas damas… perdonen la molestia… pero
ando buscando a alguien que no veo desde hace muchos años…--.
Por su buena pinta, sus finos modales y su evidente buena
educación, le respondí sin temor: --¿Y cómo podemos ayudarle,
buen hombre?...--. A lo que él respondió: -- Déjenme decirles
que con trabajo recuerdo las cosas… y creo por éste rumbo
vivía la persona a quien necesito encontrar… es que ha cambiado
mucho el lugar…--, trató de justificarse, y terminó: --Espero
que esté viva todavía…--. Mientras ponía los recipientes sobre
el cofre del vehículo aún caliente, mi amiga le pidió: --Denos
algún dato… a ver si conocemos a la persona que busca…--.
Un poco apenado, el anciano elegantemente vestido nos dijo:
-- Es que… es una historia larga…--. Al oír aquello, instintivamente,
también puse el recipiente que llevaba entre mis manos sobre
la parte delantera del vehículo para escucharle decir: --
Mi nombre es Cornelius Meyer… fui capitán de un barco que
naufragó hace cincuenta años…--. Al oír aquello, sentí erizase
los vellos de mis antebrazos y seguí escuchando con interés:
-- Venía del viejo continente hacía acá con la ilusión de
casarme pero… ocurrió un huracán muy intenso y mi barco naufragó…--.
Mis ojos se asombraban más con cada palabra que decía éste
hombre, quien continuó con su historia: --Estuve en coma muchos
años…--, dijo ante la mirada atónita de ambas, y prosiguió:
--Recuperé el sentido pero no así la memoria… sólo hasta hace
poco fue cuando empecé a recordar lo que era mi vida a mis
tan lejanos veinticinco años…--. En ese momento, totalmente
incrédula le pregunté: --¿Recuerda usted el nombre de la mujer
con quién se iba a casar?...--, a lo que el hombre respondió:
--¡Desde luego!... ¡su nombre es Isadora!...--. Casi me caigo
de la sorpresa y, reponiéndome, con gran entusiasmo le dije:
--¡Venga con nosotras!... ¡creo conocer a quien busca!...--.
Feliz, el hombre se aprestó apuradamente a ayudarnos para
acompañarnos.
Extenuados, al fin después de casi una hora de caminar
en medio del boscaje que gracias al viento se mecía
en sus cúpulas por encima de nuestras cabezas, pudimos
divisar a lo lejos la bocanada de humo que emanaba de la vieja
chimenea de la casa de Isadora.
-- Al fin llegamos…--, exclamé
emocionada.
A unos cuantos pasos de la cabaña,
le pedí a Cornelius que esperara en tanto yo preparaba
a Isadora para darle la buena noticia.
El hombre sé quedó oculto detrás
de un ocote, mientras nosotras cargábamos los recipientes
que él traía, mismos que sin su ayuda, no habríamos
podido llevar solamente nosotras dos.
Al llegar a la puerta no pude impedir gritar
de júbilo.
--¡Isadoraaa!!... ¡¡Isadoraaa!!!…--.
Mi querida amiga se asomó por la ventana,
para luego apresurarse a abrirnos.
--¡Pasen!… ¡pasen por favor!
--, repitió contenta y sorprendida al vernos.
Después de depositar sobre la mesa
de la amplia cocina las vasijas y las bolsas que llevábamos,
le presenté a Aby como le decíamos sus amigas,
a la cual Isadora abrazó cariñosamente. Luego
de la presentación, tomé a Isadora de la mano
y, ahora fui yo, quien la invitó a sentarse.
Pude darme cuenta que se había puesto
un elegante vestido de color celeste, mismo que hacía
juego con sus pendientes y con sus bellos ojos.
--Isadora…--, le dije; en ése
momento, sentí que los nervios me traicionaban de tanta
emoción cuando le anuncié:
--¡Abigaíl y yo hemos decidido
pasar la Nochebuena contigo… pero también traemos
a un invitado especial… es un muy inesperado regalo
de la Luna para ti, querida amiga! --.
Isadora, extrañada sé quedó
pensativa, hacía tanto que no tenía invitados
en su cabaña, y de repente le llegaron tres; luego
de esbozar una leve sonrisa, respondió
--Hoy es Nochebuena… mañana
Navidad… y las puertas de mi humilde casa están
abiertas para quien quiera compartir…--.
De inmediato, impaciente me dirigí
hacia la puerta haciéndole señas a Cornelius
para que se acercara.
Él se apresuró hasta donde
estábamos las tres, pensando:
“¿Sería posible que se
tratara de la misma persona?... ¿de mi Isadora?”
El hombre no cabía de tanta emoción
cuando, al llegar a la puerta le dije:
--¡Prepárese para la más
hermosa sorpresa que imagine! --.
Ansiosa, lo tomé de la mano para
luego guiarlo hasta donde se encontraba Isadora, quien, al
verlo entrar, se puso de pie y, ambos, se quedaron viendo
fijamente como queriendo retroceder el tiempo.
--¿Isadora?...--, preguntó
el hombre emocionado.
--¡Cornelius!...--, exclamó
ella sorprendida.
Un gran sosiego sé dejó escuchar;
tal parecía que las aves y todo el Universo se habían
colapsado ante éste extraordinario milagro.
Instantáneas lágrimas de felicidad
inundaron los ojos de los dos enamorados al momento que comenzaron
a acercarse para acelerar el paso y fundirse al fin en un
largo abrazo. No hubo necesidad de palabras. Así estuvieron
largo rato intercambiando mimos, tratando de recuperar el
tiempo perdido, hasta que Abigaíl los interrumpió
preguntando:
-- ¿Cenamos?...--.
La alegría invadió el lugar;
los cuatro nos sentamos a disfrutar de la exquisita cena y
un delicioso vino, no sin antes dar gracias al Creador por
este milagro de amor.
Así, transcurrió la noche entre
charlas y risas; Cornelius e Isadora no sé cansaban
de dar gracias al Supremo Hacedor, de la misma forma que a
sus nuevas y bellas amigas, quienes desde ahora formarían
parte de su familia, se decían enamorados entre sí;
seríamos las hijas que nunca habían tenido.
Y así, desde esa milagrosa Nochebuena
y lo que fue una realmente feliz Navidad, jamás volveríamos
a separarnos.