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"TIEMPO DE RENACER"
(primera parte)

Autora:

Ma Gloria Carreón Zapata.

 
Manejando al volante de mi deportivo rojo de dos plazas me percaté de que la tarde se tornaba plomiza, así que levanté el capó del auto, pero, tanto disfrutaba de la Madre Naturaleza, que me gustaba internarme en ella y más en éstas fechas navideñas cuando la nostalgia me invadía evocando a mi padre, quien al llegar las celebraciones navideñas hacía ya algunos ayeres, se había adelantado en el inexorable camino que a todos nos espera; por lo cual disminuí la velocidad y aparqué mi automóvil.

Todo lo que veía, sentía, escuchaba y olía en ese ambiente, me hacía recordar al padre que tanto amé en vida; caminar por la hojarasca y escucharla crujir bajo mis pies colmaban mis añoranzas; ese trinar de las aves anunciando el fin del estío mientras no dejaban de cantar, haciendo piruetas entre las ramas secas que guindaban de los majestuosos árboles, motivaban los recuerdos de una muy feliz infancia.

Luego de vagar un rato que no supe cuánto fue, me vi avanzar por una angosta vereda abstraída en mis pensamientos en medio de aquel bosque donde sentía una gran paz recordando a mi progenitor; inesperadamente, el viento comenzó a soplar y a dejar oír su temible silbido trayendo junto con él una onda gélida que me hizo pensar en la muerte.

Tiritando de frío, me dirigí hacia una vieja cabaña que divisé a lo lejos y, al estar frente a la puerta, me atreví tocar preguntando con cierto temor:

--¿Hay alguien ahí? --.

Al no recibir respuesta, di vuelta a la cabaña para asomarme por entre la rendija que formaban las cortinas de una ventana trasera, pero, lo que vi, parecía una choza lúgubre y abandonada, así que regresé por el frente de la misma y, me dispuse a tocar de nuevo, cuando de pronto escuché la voz cavernosa de una anciana invitándome a entrar:

--¡Adelante… puede pasar… la puerta está abierta! --, dijo alto para que yo la pudiera escuchar; su voz de tono profundo, me hizo recordar los cuentos de brujas y gnomos que leía de pequeña,

¿Qué tal si ésta mujer fuera una hechicera?, mi mente inquieta y fantasiosa se cuestionó, y también me sugirió:

“Tal vez la cabaña esté embrujada y ésta señora me convierta en sapo… o quizá en alguna extraña alimaña… o en alguna de las aves del bosque”.

Me detuve un momento arrepentida de mi osadía por haber llamado a la puerta, pero:

“¡Bueno ya estoy aquí… así que me armaré de valor y entraré!”, pensé.

Al hacer mi mano contacto con la pesada hoja de madera en su intención de abrir, ésta no necesitó ningún esfuerzo que yo recuerde para abatirse, haciendo con ello un rechinido largo y espeluznante que me puso los pelos de punta. Mientras se movía y sé oía el chirrido de las bisagras, sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo desde la nuca y bajar por la espina dorsal hasta llegar a la punta de los pies.

--¡Adelante mujer… no temas… entra! …--, ahora murmuró la anciana, quien oculta de mi vista detrás de la puerta, se había acercado a recibirme.

No pude evitar pegar tremendo brinco del susto al escuchar su voz ahora tan cerca de mí; como si se hubiera desplazado flotando por el aire en unos segundos sin hacer ruido alguno, lo cual me hizo retroceder espantada.

…--¡Espera!... ¡no te vayas… entra! …--, exhortó, ahora con voz en tono suave, e insistió:

--¡Déjame conocerte! ...--, mostrándose hasta ese momento ante mis ojos.

Era una mujer de esbelta y de diminuta figura, sus ojos claros se asemejaban al azul del cielo; el brillo que emanaba de su mirada y su sonrisa armoniosa la hacían ver especial; su larga y lacia cabellera blanca le llegaba hasta la cintura; en cada surco de su angelical rostro llevaba marcado el sufrimiento, aunque al mismo tiempo, una nobleza que me inspiró confianza, por lo que la saludé cálidamente aunque un poco asustada todavía:

--Hola dulce anciana… pasaba por aquí, vi la cabaña, y quise saber quién vivía en ella… solía merodear por éstos lugares a menudo, y nunca había visto su cabañuela… ¡es bella y muy pintoresca!…--.

--¡Pero pasa muchacha… no te quedes ahí!… ¡y cambia esa cara que parece como si hubieras visto un fantasma!…--, dijo la noble mujer de avanzada edad; apenada le extendí la mano en forma de saludo, y ella respondió de la misma manera.

--Me llamo Helena…--, le dije dirigiéndome a ella y sin dejar de ver al mismo tiempo a mi alrededor con cierto temor pero mayor curiosidad. La anciana de blanca y larga cabellera, me guío hasta un roído sillón que se encontraba frente a la gran chimenea.

--Siéntate niña… que vienes entumida de frío…--, manifestó con voz agradable, como si fuéramos viejas amigas, para luego a paso lento, dirigirse a lo que sería su cocina.

Pronto regresó con dos tazas de té las cuales terminamos en medio de una larga charla.

--Mi nombre es Isadora…--, se presentó, y siguió:

--Significa regalo de la Luna… tengo muchos años viviendo alejada de la gran ciudad…--, comentó en tono melancólico, y siguió asimismo con su narrativa:

--Hace al menos cinco décadas, me enamoré de un marinero y… cuando estábamos a punto de casarnos…--.

Sin poder continuar su historia, sus ojos a través de los lacrimales comenzaron a mostrar su dolor por aquellos lejanos recuerdos.

Entre gimoteos pudo platicarme que, el barco de su amado naufragó, y jamás lo volvió a ver.

Tiempo de renacer. Relato de María Gloria Carreón Zapata
Pude darme cuenta de lo mucho que le afligía recordar a su tan lejano amor; me acerqué a ella y, tomándola de la mano, la invité a desahogarse.

Después de escuchar completa su romántica historia de amor muy parecida a la mía, no pude evitar que unas lágrimas rodaran por mis mejillas.

Fue tan interesante conocer a Isadora, que terminamos siendo amigas.

La tarde, caminó escondiendo en el velo luminoso de la fracción lunar que comenzaba a brillar intensamente, el verdor de los árboles quienes, cercanos, atisbaban por las pequeñas ventanas de la bien distribuida cabaña.

Las estrellas titilaban con más esplendor de lo usual y, yo, olvidando la pena que me había llevado a ese lugar, me sumergí en la magia de tan amena plática, de la vieja cabaña y del bosque al parecer también encantado, adonde conocí a mi querida Isadora.

Desde ese momento la sentí tan cercana, tan familiar.

¿Sería porque ambas teníamos algo muy importante en común?

¡Supimos amar con gran intensidad, a un amor nunca consumado!

Me quise despedir de ella, quién no permitió me marchara por temor a que fuera atacada por algún animal del bosque o:

--¡Peor aún… podrías perderte en la espesa oscuridad de la montaña!...--, me advirtió a pesar de que aquella media Luna, dejaba pasar en buena medida rayos de luz entre los árboles para iluminar el camino.

Esa noche fui su huésped, su amiga y la única compañía que tuvo en quién sabe cuántos años.

Luego de charlar durante horas, ya bien de madrugada, me acondicionó una cama en el sofá de su desvencijada sala, retirándose enseguida a su habitación para a su vez poder descansar tranquila.

Otro día al despertar con los huesos molidos a causa de los resortes saltados del viejo sillón, sentí los primeros rayos del Sol quien se coló por el dintel de la ventana, encandilando mis pupilas.

Luego de estirar mi cuerpo y bostezar, de un salto me levanté del tibio aposento y me acomodé una larga bata afelpada que Isadora me había prestado; después de doblar las cobijas me senté a la mesa a esperarla un momento para despedirme, y también poder agradecerle su hospitalidad.

Los minutos pasaron, hasta que me decidí a llamar a la puerta de su recamara:

--Buen día Isadora…--, saludé, tocando levemente con los nudillos a la puerta que permaneció cerrada.

Al no obtener respuesta, me dirigí a la salida; tal vez había ido por leña para la chimenea; por mi lado tenía que regresar a casa y, luego de deambular un rato llamándola por las cercanías de la cálida y pintoresca cabaña, Isadora no aparecía por ninguna parte; tal parecía que se la había tragado un pantano.

Volví a tocar la puerta de su recámara y a llamarla un poco más fuerte; me senté en el viejo sofá frente a la chimenea; pasó algún tiempo más pero, al ver que no salía ni llegaba, decidí marcharme del lugar.

Al final del día llegaría Nochebuena, y yo no había comprado todavía nada para la cena. Salí del monte con un sentimiento de tristeza por no haber podido despedirme de mi nueva amiga, pero más preocupada aún.

A unos tres kilómetros en el mirador de la carretera, había estacionado mi coche al cual me dirigí desconcertada.

Llegando a casa le marqué a Abigaíl, una de mis mejores amigas y quedamos en que cenaríamos juntas, así que me dirigí al supermercado a comprar lo necesario para la cena.

En ese momento, vino a mi mente una idea:

¡Sí!, le pediré a Abigaíl ir a pasar la Nochebuena con Isadora, así nosotras dos tendremos compañía, y ella no estaría sola.

Después de llamarla y ella aceptar gustosa, me dispuse a preparar la suculenta cena.

--¡Que sorpresa se llevará mi nueva amiga! …--, ufana manifesté susurrando para mí con emoción pensando en la dulce Isadora, al tiempo que caminaba por los pasillos repletos de mercancías empujando el carrito ya casi lleno.

¿Cómo era posible que una persona como ella pudiera vivir tantos años sola y alejada del mundo?

La ansiedad hacía presa de mí por momentos mientras esperaba en la larga cola para pagar, hasta que al fin superé el trámite obligatorio; ya al volante, encendí la radio en donde estaban iniciando “Violín Sonata No. 6”, la tan bella melodía de Noccolo Paganini; escucharla en esos momentos cuando me sentía tan desvalida pensando en la vida de Isadora, en su amor perdido y la soledad en la que había vivido gracias a ello, hizo que mis pupilas se nublaran de lágrimas que pugnaban resbalar por mis mejillas, mientras conducía de regreso a casa; entonces, recordé una poesía que había leído por ahí, la cual recité sin lograr comprender la vida.

“¿Para qué amar tanto si de pronto un día,

termina todo como termina la alborada?

¡Plantar resquicios solamente de caricias,

y seguir viviendo por siempre de remembranzas!”.

--¡Pobre Isadora… pobre de mí!...-, musité con los ojos bañados en llanto.

Selección de poemas y relato de © María Gloria carreón Zapata, preparada por la autora para la sección de colaboraciones de la revista mis Repoelas:




Tiempo de renacer
(segunda parte)





Página publicada por: José Antonio Hervás Contreras