En
la soledad de la madrugada brillaba altiva la luna, mientras
escuchaba los lamentos de la hechicera, reclamando las caricias
de su amado, en una noche tan fría.
El recuerdo fatídico del momento en que los separaron
brotó en su memoria atravesándola como una daga:
fue después de Solsticio de invierno, un día
gélido de cielo pálido y tierra mojada.
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El
VÓRTICE
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"Ilustración
original "Vortex" de Mario Cayuelas Ruiz
Su deseo de venganza y de devolverlo a la vida era cada vez
más fuerte.
Un nuevo murmullo la devolvió al momento actual; era
el silbido del viento que se filtraba por las paredes agrietadas
de la mansión, susurrándole en sus oídos
que el mago todavía la amaba y que su alma estaba atrapada
en una dimensión tenebrosa.
Gritó su nombre y su garganta se desgarró de
dolor pero sólo el eco le contestó. Agachó
la vista y bajo sus pies, tapados por el polvo, había
un Pentáculo de cerámica deteriorado.
Se introdujo en el centro del círculo y en la punta
superior de la estrella sintió como por ella penetraba
el espíritu eterno de la Diosa conexionando su alma
con el de la madre tierra.
Mientras ella invocaba al Poder Supremo, su potestad mágica
suspiraba entre el cemento, deslizándose por las calles
y elevándose hasta el firmamento.
El pórtico tridimensional donde los difuntos podían
acceder al mundo de los vivos comenzaba a ensancharse, entre
los vórtices de metal, aire y fuego.
El cielo se encontraba con la tierra en el mayor de los intermedios,
la media noche, y lo superior se unía a lo inferior
dejando fluir libremente toda la fuerza mágica latente.
Su cuerpo se fundió con su mente y al abrir los ojos
observó con regocijo como el amor de su vida, a través
del vórtice mágico, volvía a la vida.
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