Era
la humedad y la desolación.
La quietud reinaba en mi rostro y en mi alma.
Todo era distinto pero en mí reinaba la calma.
Difícil de creer o de soportarlo.
Y ahí estaba delante de mí misma
de mí y de pie.
Termino la hora.
Las tizas se quedaron mudas
y el pizarrón soñoliento, firme y de pie como
yo.
Al terminar el día como yo se quedo solo.
Solo y relleno de palabras.
Marcadas en su cuerpo tan frágil pero tan poderoso
a veces y de repente, para muchos y para muy pocos