ASCENSOR NADIE
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(En
un ascensor)
- Pase.
-Pase.
-No, por favor, usted primero.
- Insisto.
-Que no, hombre...
-Usted va más cargado.
-Y usted tiene más prisa.
- Pero yo soy Nadie.
- Yo más.
-¡Córcholis!
¿Habrase visto? Es usted un descarado.
- No, no, mire, a mí me dieron el carnet de Nadie
hace diez años. Desde entonces, todos me tratan como
si fuera invisible. Es un chollo. Me cuelo en las tiendas,
en los vestuarios, no pago impuestos...
-Vaya! Yo creía que yo era más Nadie. Verá:
llevo años opositando, pero no salen puestos. Las
últimas vacantes de nadie están cubiertas.
-Yo que lo siento.
- Pues yo más. Ahora todo el mundo quiere ser Nadie,
y no hay plazas para suficientes. Supongo que se trata de
una vocación.
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-Así es. De pequeño, cuando todos mis compañeros
fantaseaban con ser bombero o arquitecto, yo ya tenía
claro mi camino: quería ser Nadie.
- Encomiable.
-Bueno, no es fácil, se supone que debemos creer
lo contrario, destacar y esas cosas, forjarnos un nombre.
Pero al llegar a cierta edad, aprendemos que siendo Nadie
se vive tranquilo. No hay presiones, ni expectativas.
-Es cierto, se hace menos ruido, no contaminamos, podemos
pensar y existir a gusto, y nadie nos molesta. ¡Cómo
me gusta conducir por la autopista de Ninguna Parte, sin
miedo a que otros Nadie choquen! Todos vamos en la misma
dirección.
-Así es.
(Se miran, nostálgicos, hermanados en un silencio
anónimo).
- Bueno, y,¿ qué hará de su vida?
- Lo ignoro...Mire, ya está llegando el ascensor.
Aquí me bajo.
-Qué piso es este?
- No lo sé. No importa. Ninguno. Soy Nadie, no
tengo quien me espere.
-Yo tampoco.
-¡Qué felicidad!
- ¡Cuán libérrimo!
(Salen, se estrechan la mano, caminan. Sus pasos se pierden
en el rellano. Cuatro huellas fantasmales alfombran el
piso. Desde una mirilla, un alguien los mira...y sonríe).
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