EL
RANCHO DE LA TÍA ÑATA
|
|
Mis
locuras, mis viajes me llevan por senderos inimaginables
cuando la añoranza golpea mi puerta, en más
de una oportunidad mi falsa memoria me enredan en mi pasado,
donde mi infancia, ni muy blanda ni muy dura estuvo rodeada
de seres maravillosos, entre ellos mi querida tía
Ñata.
No era una tía como todas, era mi tía Ñata,
así como suena, hermana mayor de los hermanos Puleri,
vivía en la ciudad de Paysandú en calle Ledesma
y rio Negro, donde estaban los eucaliptus más grande
de la ciudad o los que yo en mi niñez creía
los mas grande, más de una vez tuvo al rio Uruguay
a los fondo de su rancho cuando la creciente invadía
la costa sanducera.
Madre de diecisiete hijos, unos vivos y otros no, madre
de toda la gurisada que se amontonaban a jugar con sus hijos,
y de muchas mujeres a quienes abría las puertas cuando
los maridos se pasaban de la raya, una mujer con m al principio.
|
Cuando nació, el dos de octubre la bautizaron con
el nombre de Isabel, la mayor de trece hermanos ayudo
a criar a los más chicos, ya que su madre, mi abuela
trabajaba la tierra y lavaba a mano para los paisano del
lugar, cuando era niña trabajo la tierra junto
a sus hermana, y en el duro invierno calentaban sus manos
castigada por la helada con fósforos o con pequeñas
ramas hacían fuego para ahuyentar el frio.
A pesar de los infortunios, se fue a la ciudad, donde
contrajo matrimonio, fue feliz, y en lo mejor de su edad
el destino perverso, en una tarde de playa dios se acordó
de su compañero y sin explicación se lo
llevo, viuda y con hijos pequeños comenzó
un caminar para sacarlos adelante, así lo hizo.
Ya que no le temía al trabajo, llego a trabajar
en cinco casas de familia diferente para que en su rancho
la pobreza solo mirara de la calle, quizás o no
tan quizás, en aquel rancho no había dinero,
pero sobraba amor, tolerancia, comprensión, y una
reina Isabel que marco nuestras vidas asta nuestro presente.
Cuando era niña los veranos lo pasábamos
en el rancho de la tía, un rancho de chapas y madera,
si lo mirábamos bien, podría decir hoy con
mis recuerdo, que era un rancho alegre, lleno de críos,
suyo, de sus vecinas o de su hermano Lázaro, mí
papa, allí mi infancia fue feliz, como no recordarlo,
fue la primera vez que no sentí discriminación,
todos éramos iguales , comíamos lo mismo,
si había para uno había para todos, por
grande que fuera la pobreza, ella sola se bastaba para
darnos de comer, vestirnos y calzarnos aunque fueran un
par de zapatos de puntas finas hoy tan de moda y en aquellos
tiempo tan pasado de modas que mi hermano no quería
ponérselo, pero ella lo calzó, así
como cuando mi mama fue a tener a mi hermano más
pequeño, a mí me habían operado la
mano derecha de un panadiso infeccioso en el dedo mayor,
ella se encargaba de llevarme a curar y de visitar a mi
mama, tengo tan presente cuando en ese verano fuimos a
la playa, todos se bañaban y yo miraba, en un momento
tomo una bolsa de nailon y me envolvió la mano
y me mando al agua con mis primos.
Cierro los ojos y me transporto debajo de los árboles
del patio donde jugábamos con mi hermano que aún
era pequeño, veo a mi madre embarazada abanicándose
con una revista vieja, a mi padre tomando mate con mi
tía, los gritos y llanto de los pequeños
llamando la atención de la tía ñata.
Su voz me llega del pasado, con su vocabulario de camionero,
cada cuatro palabras decía alguna grosería,
nos acostumbramos tanto que no repetíamos lo que
ella decía, nada la sacaba de sus cabales, siempre
dispuesta a resolver problemas, pero ante la injusticia
era una leona, como para defender a sus hijos.
Como me gustaría volver a mi infancia, que la vida
me devolviera a mi tía Ñata, a su rancho
de piso de tierra, con goteras, pero con tanto amor, que
me he preguntado más de una vez porque se fue,
un día antes del día que me casé.
|
|
|
|
|