TIEMPO
DE REVERBERACIÓN
|
|
No más ruido silencio o palmadas no más
arcadas no más entradas ilícitas al campo fértil
de mis ojos mutilados por ese bajo vientre o rincón velado
somos la luz de lo que duele y lo que se abre y sangra porque
sólo hay trizas escamas de vidrio pedacitos de algún
espejo perdido que el tiempo rompió por ser nomás
sólo apenas un fantasma oliendo el balcón y esas
palomas muertas de sal de viento con tanta sal de la sal que
saltea la muerte entretanto el sexo gritaba violento la indignación
de los niños esperando el sol bajar al mar comer arena
revolcarse entre las olas dejar de oír para tragar callar.
|
Pala pico y pala traigo que pesa
rápido dale que pesa dios alfombra arabia rabia arena
voces con arena el mal trago la arena en la fricción
cosquillas de música muerta aquel sudor. Vuelven a la
tierra los pasos podridos. Largo gárgola del espacio
de mil madrugadas trémulas que estás quieta ahí
sentada igual de silente con esas uñas o garras como
las que yo igual de fiera igual de fulera pasáme el tarro
gárgola pasáme un cacho de arena ahora la pala
el pico la arena el cemento el ojo quedó ciego ese ojo
gárgola el escalón.
El jardín hoy está precioso oíste tía.
Está súper verde el pasto nuevo. El gato se comió
una paloma de las de enfrente, esas con el anillo en el garfio.
Me van a matar. Me van a matar, tía. Me van a matar.
Me voy a morir. Tendría que escapar como el gato de la
paloma, qué asco las palomas tía qué asco
su nido qué asco todo reventado qué asco el olor
del nido me da ganas de vomitar toda esa carne sin saber dónde
cagar me muero olor a muerto tía yo ya no huelo, huyo.
Pero tengo el pasto brillante. Pero escucho el mosquito el mosquito
el mosquito qué asco el mosquito estatua me quedo dura
gárgola me toca el asco del mosquito los ojos del mosquito
verdes brillantes como el pasto escucho las corridas. Me pudro
tía. La paloma y su cogote tonto como el mío tía.
|
|
Así como
la reverberación de lo que hirvió y explota
quema y cae con eco la palmada picante en una nalga que no
es tuya sino que se encarga de que desembrolles como un látigo
las ansias y las cruces.
El óvulo transmuta su forma y peso, está por
caer y fluir. Es en ese devenir que como una siniestra premonición
pregunta por lo no nato de lo neto del espectro apretado del
apenas todavía. Nunca. Entonces, el agua entró
por la nariz y dolía volver a no saber respirar bajo
el agua verdeen un vientre verde.
Este lo quiero parir y matar yo.
A correr hasta que caer de rodillas llenas de barrio color
sangre raspón pardo pobre espanto levantarse y seguir
corriendo o rodando a gritos hasta la avenida. Cruzarla sería
el final. Caminaba solo la siesta el calor la vereda que exhala
fuego el cemento me la para salió corriendo a los gritos
gritando a plena siesta el cemento me la para y yo que estaba
ahí me calenté de toque. Así que la agarré
a la nena. La que no ve.
A mí nadie me explicó tía. Nadie me dijo
nada. Nunca, no nunca. Ni vos. Ni nadie. Ninguno. No ni siquiera
dios. La pala metiéndose en el barro.
No hagamos del cuerpo un plato. Tampoco una palabra bastará
ya para sanarme. Con una boca brotada de parásitos
sin vida o posta, nace una industria del desapego, producimos
en serie la derrota.
La baba. La boba y la baba tarda lenta. A la que le das violeta
con la mano abierta de tan boba violeta el ojo el escalón
en el ojo el ojo del escalón el cosmos y la carne.
Tumbada a la manera acostumbrada que es la manera más
sensata para no sentir. Así tumbada. Bien parada la
cola. Palmadas. Palomas. Batir de alas. A mamá no le
duele atrás. Mucha baba. Adelante sí pero atrás
no. De blando látex el glande lubricado en el cajón
de los zoquetes. Al alcance de las muertes de los niños.
La nena no miente. Nadie miente. No, nadie. Nunca. Bóvedas.
Por la basura escondida que regresa te suben las napas. Llamemos
al atmosférico porque sonidos y sonados somos distraídos
los atentos mediocres del medio. Captamos la magia sin tocarla
pero aunque sea verla ¿o no? Que la luz no me falte
que la luz no me falte aunque sea tibia aunque sea esquiva
y a veces me corte, es mía. Que el apagón que
sucedió no te flexione. La luz es la luz. ¿Y
el tiempo? El tiempo es luz. Y es una mala palabra. Jamás
diremos mi edad en la tele tía. Jamás. Masticar
de la basura mientras el matón come manzanitas de lustre
vía satélite. |
|
Qué pasó con mi posibilidad
de encastre si ya enterré también al gato con
ojos de muñeca con la boca llena de pelo de muñeca
de la nena en la muñeca de otro que con esa mueca bosteza
lo liviano el clasificado. Lo cachito. Lo que siempre acaba
por apagarse. Poder ver lo verdeen otro.
La boca empalada la gruta de todas las risas viejas continúa
rebelde. La sangre recorre trepando viaja desde el centro de
la tierra hasta mí. Hondo vacío en ronda de enredadera
que me embarga un sólo túnel y sabe que voy a
tientas totalmente ciega que me desgarra el puño de tanto
buscar entre humedades y malezas me deja un hueso que se apaga
en polvo.
Se va sin maneras sin gracias sin poder decir que conoce la
nada. Se lleva una cajita acorde a su tamaño.
Lejos me deja la clara la irrevocable transparencia de lo documentado
en tretas: quieren estar solos los demonios destruyendo el condenado
jardín y yo siempre los voy juntando así de agachada
revolviendo humus con la palita cargada de cenizas la espalda
rota la pala pesa de demonios.
Se la sacó mientras le hacían escupir la frente
a la pared o a la falsa alerta de devorar cada instante el tiempo
que mate imaginar el escape como una palabra atada o escondida
bajo el escritorio o purgatorio de la iglesia, dios mío,
salváme, no siento la pelvis. Luego vomitó una
manta roja y se tapó la cabeza, los oídos.
El plexo solar de tu espanto es quien agita la piel inaudita
atada al calibre y al peligro que la sosiega. La vigilia ante
el sonido del dolor. A veces olfato. Las inoculaciones de la
carencia: esa bala era hacia adentro.
Estar viva fue tratar de recortar los verdes. Siempre fui una
paloma de ciega. Ciénagas las panzas chatas. Tu vida
de chica tachuela. Una carretilla de espaldas. Este cementerio.
Palmas de otra batalla el recuerdo que no haya salvado un paraíso.
El clavel era comprado condición. Porque se escuchaba
a la tía murmurando entre los cajones todas las voces
solas. |
|
|
|
|
|