INSOMNIO
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Medianoche. Despierto, da
vueltas en su cama. Primero, levemente inquieto.
Preocupado, después. Por qué no dormir si el
cansancio es lo que sobra y la silenciosa oscuridad de la
casa bien puede ser una canción de cuna?
Tal vez, si se concentrara, si dominara el nerviosismo del
tic tac del reloj estallando en su cerebro… Con esfuerzo,
sí, con mucho esfuerzo podía lograrlo.
Giró a un lado, al otro. Una y otra vez, esperando
que el sueño lo atrapara.
Segundos. Siglos. Eternidades blancas sobre la pared desnuda
que lo enfrentaba, como reclamándole. Algún
día colocaría un cuadro sobre ella. Demasiado
aburrida para noches de insomnio.
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Buscó
algo para leer. En el desorden de su mesita de luz, nada interesante.
Y si se preparaba un té? Algo reconfortante le haría
bien. Pero no, no tenía ganas. Mucho cansancio y poco
sueño. Terrible combinación. Justo que al otro
día debía despertarse tan temprano. Demasiado
trabajo en la oficina y los clientes cada vez más exigentes.
Sintió un agudo aviso de su úlcera. Ella tampoco
dormía y, por supuesto, pensaba fastidiarlo. Quizás
alguna de sus píldoras lo aliviase. Dónde las
había dejado?
Mal horario para una búsqueda. Lo mejor era ignorarla.
Restarle importancia. Igual que al sueño, le iba a
ganar simplemente porque se lo proponía. Y cuando él
se proponía algo…
Acomodó las sábanas prolijamente. Lo estaban
ahogando. Seguro era ese maldito Enero, pegajoso y húmedo,
el que lo había desvelado. Porque motivos, otros, no
conocía. Nada era un buen motivo para mantenerse despierto.
Y, si lo había, ni siquiera se molestaría en
averiguarlo. Lo único importante era descansar, desconectarse.
De qué manera se las arreglaría al otro día,
con tanto compromiso, tanta obligación? Maldición.
No podía parar. Y pensar no era bueno. Tanto como no
dormir. Además, pensar en qué?
Hacía rato que no pensaba en nada. Era parte de un
pacto. Uno que había acordado con sí mismo,
hace un tiempo. Ni pensar, ni sentir. Y jamás abandonaría
un juramento. Menos aún, cuando todo resultaba tanto
más simple.
Años de entrenamiento que no pensaba destruir, a pesar
de esa noche donde el calor y el cansancio coqueteaban con
él. Excepto el sueño, claro, ausente sin aviso.
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Transpirado,
se levantó a los tumbos hacia el baño. El agua
fresca en la cara le devolvió un poco de serenidad.
Frente al espejo, su rostro pálido y ojeroso reflejaba
su lucha. Ninguna. Sobrevivir a los días y las horas,
a los clientes, a las cobranzas, al banco, a las úlceras
y a los insomnios, pero eso sí, sin pensar y sin sentir.
Mala noche, compañero, masculló, y mañana
con tanto por hacer…
Caminó en la oscuridad hacia la cama y se arrojó
en ella, esperando el milagro. Qué otra cosa podía
hacer?
Tal vez si retornaba al cigarrillo, el humo lo adormecería
lentamente. Pero, no. Esas debilidades no eran propias de
él. Había jurado dejarlo y cuando él
juraba… cumplía. Era un hombre de principios.
Prohibido fumar.
Trató de acomodarse boca abajo, rogándole a
la almohada la oportunidad del descanso. Escuchó música.
Qué molestia!
Reconoció la melodía y fue peor. Pertenecía
a la época en que sentía y él ya no sentía,
excepto cansancio. Por otra parte, esa canción lo haría
pensar…
Recordó los tapones en la mesa de luz. Ideales para
la natación y por qué no, en esas circunstancias,
se los puso con cuidado. Todo apuntaba a derrumbar su firmeza.
Pero sabría vencer los obstáculos, uno a uno,
hasta el último.
Aislado en el silencio, contempló la pared. Como a
una pantalla de cine, comenzó a proyectarle imágenes.
Se entusiasmó. Tal vez pudiera entretenerse, relajarse
un poco. Vio a un niño jugando en una plaza. Frente
a un precario arco, le convertía goles a un amigo demostrando
gran habilidad. Alguien lo aplaudía desde un banco
de madera y él sonreía orgulloso. Feliz por
sus hazañas, no alcanzó a darse cuenta que un
adolescente le arrebataba la pelota.
El pequeño, llorando, se marchó a algún
lado porque desapareció de pronto, dejando el protagonismo
a un joven estudiante. Caminaba lento los pasillos de una
universidad al encuentro de un grupo que alzaba los brazos
en señal de protesta. Todos juntos, portando pancartas,
se escondieron en una grieta. Esa, que había estado
buscando para quejarse en el consorcio del problema de humedad.
La pared adoptó nuevas formas. Había un hombre.
Dos. No, una mujer y un hombre. Se besaban con ternura y…
Suficiente! No quería ver más.
El antifaz. Necesitaba encontrar el antifaz que usó
en algunos de sus tantos viajes. Lo buscó con desesperación
en el cajón de la mesita. Ya era demasiado y no quería
ver. No había nada que mirar. Y menos aún lo
que había jurado, y cuando él juraba…juraba,
que jamás lo iba a conmover. Mucho tenía que
ver con pensar y sentir. Y un pacto es un pacto, un compromiso.
Con los ojos vendados, tieso, comenzó a contar. Una,
dos, tres…veinte, cincuenta, cien. Las ovejas corrían
por todos lados, desordenadas, anárquicas, provocando
su desconcierto. No podía contabilizarlas así.
Tal vez, si formasen una fila, tomaran distancia, y esas cosas…
esas, que significan orden y él bien sabía la
importancia del orden, especialmente en la vida de las ovejas.
Lo intentaría. Ubicó a las más jóvenes
de un lado, a las más viejas en el opuesto. Si lograba
dominar a las jóvenes, si podía controlarlas,
aunque sea un rato, las más viejas se dejarían
contar y las otras, cederían finalmente.
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Una en particular,
la rebelde del grupo, parecía arengar a sus compañeras
para que no lo hicieran bajo ningún motivo. Las más
viejas la escuchaban atentamente. Se agrupaban y discutían
lo que debían hacer.
Finalmente, armaron una barricada y, cargadas de furia, decidieron
defenderse. Es decir, atacarlo. No querían ser contadas.
Insistió. Una, dos, cin…diecinu.
No pudo. Intentó una vez más pero fue inútil.
No podía contener la rebelión.
La impotencia lo empujó a un nuevo pacto. No contaría
nunca más. Nunca, a pesar de lo mucho que le gustaban
los números. Era un juramento. Y cuando él juraba…
las ovejas desaparecieron. Su imaginación quedó
en blanco. Demasiado tarde para arrepentirse. Jamás
volvería a contar.
Todo cambiaba ahora. No hacía falta levantarse temprano,
ni atender a los clientes, ni… que, no po…, ya
no… Y se quedó dormido. |
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