BUSCANDO
LA FELICIDAD
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Nuria salió a buscar la Felicidad. Se levantó
prontito y se puso su vestido de gasa y sonrisas transparentes.
—Camina despacio, obsérvalo todo con cuidado
y no tengas prisa en escoger aquello que ha de hacerte feliz,
porque las cosas son engañosas y casi siempre, la Felicidad
está en lo más sencillo, en lo más cercano
—le aconsejó su madre.
Nuria se quedó un momento pensativa.
—Sí, mamá, lo sé. Pero es que,
lo más cercano puede estar en cualquier parte del mundo,
¿no? —contestó.
Se despidió y echó a andar alegremente. A la
espalda llevaba una mochila con las tres cosas más
importantes para ella: su vestido de miradas amorosas, una
cajita con el aroma de su madre para sentirla cerca siempre
y una vela con luz de luna y estrellas para alumbrarse en
la oscuridad.
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Recorrió el globo terráqueo dos veces, pero
la Felicidad siempre se iba antes de que ella llegase y además,
lo que veía no le gustaba: seres que mentían
a todas horas, que engañaban, robaban y se alegraban
de la desgracia ajena. Había usado la cajita con el
aroma de su madre tantas veces que ya se le estaba acabando,
y la verdad era que empezaba a sentirse un poco triste.
Un día se encontró con doña Envidia y
la luz de la mañana se ensombreció. Nuria pasó
un tiempo lánguida y cabizbaja porque al lado de doña
Envidia todo lo que conseguía le parecía poco.
Los amaneceres empezaron a ser cada vez más oscuros
y los días más mortecinos. Se levantó
una madrugada y ya no había más que oscuridad,
doña envidia había tapado todos los resquicios
a la luz. Nuria lloró desconsolada y al buscar un pañuelo
en su mochila, se topó con la vela de luz de luna y
estrellas. La encendió y en ese mismo instante, doña
Envidia salió de su vida llevándose la oscuridad.
Tiempo después, a la orilla de un lago de aguas profundas
y cristalinas, conoció a una hermosísima joven
que se estaba bañando en sus aguas.
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—Hola, me llamo Nuria —dijo Nuria —. Estoy
buscando la Felicidad. ¿No sabrás por dónde
anda, verdad?
—Hola, Nuria. Yo soy Serenidad. La señorita Felicidad
y yo tenemos gran amistad, de hecho suele pasar largas temporadas
conmigo. Pero en este momento no tengo ni idea de dónde
puede estar.
—Entonces, si pasa mucho tiempo contigo, no podrá
estar con otras personas —razonó Nuria.
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—¡Oh, sí! Claro que puede estar con otras
personas, la Felicidad tiene el don de estar en muchos sitios
a la vez. En todos aquellos sitios y con todas aquéllas
personas que han aprendido a retenerla a su lado. Quien la
busca como es debido siempre la encuentra. La verdad es que
nunca está muy lejos, pues gusta de rondar lo sencillo
y cotidiano, no las grandes fiestas ni los actos rimbombantes.
—Lo sencillo y cotidiano... —repitió Nuria,
acordándose de las palabras de su madre acerca de encontrar
la Felicidad en las cosas cercanas.
Lo más cercano que tenía Nuria era a sus padres.
¿Habría estado la Felicidad tan cerca?
—Pues yo no la vi, ni siquiera la noté un poquito
—se dijo.
—Tal vez, si regresas sobre tus pasos, con tu gente,
ella misma te busque y quiera quedarse a hacerte compañía
una temporada —le aconsejó Serenidad.
—¿Vendrías conmigo? —Preguntó
Nuria.
—Vale. Me has caído bien, te ayudaré a
encontrar a la señorita Felicidad e intentaré
convencerla de que se quede a tu lado —contestó
Serenidad.
Serenidad y Nuria se pusieron en camino inmediatamente. El
vestido de gasa y sonrisas transparentes de Nuria estaba ya
un poco sucio y desgastado, así que se puso el otro:
el de miradas amorosas. Nada más ponerse ese vestido,
Nuria empezó a ver todo lo que le rodeaba de una forma
diferente. Cuando su madre le dio el beso de bienvenida en
la frente, sintió que un cosquilleo maravilloso fluía
por sus venas. Y Nuria no pudo hacer otra cosa que ser feliz.
A partir de ese día, vivió rodeada de luz y
ya no necesitó más la vela de luz de luna y
estrellas; tampoco la cajita con el aroma de su madre, porque
ahora la tendría siempre cerca. La sabia Serenidad
la aconsejaba y Nuria consiguió disfrutar durante mucho,
mucho tiempo, de la compañía de la Felicidad.
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